lunes, 10 de diciembre de 2018


1. Lenon Roger Martínez


He dejado pasar unos días para que la ecuanimidad tome forma y la celeridad de las teclas no se vea abocada a la tormenta. Supe que “Buscando a Penny Lane” era su carta de presentación y no podía ni quería resistirme a la comprobación in situ del  mensaje del firmante de la misma. Y a fe que acerté. Allí, semioculto tras las cortinas que buscaban intimidad, estaba. Parapetado tras un atril y protegido por unas partituras, estaba. Estaba y con él estaba un modo de entender la vida y manifestarlo a través de las seis cuerdas convenientemente afinadas. Y junto a él estábamos aquellos que en alguna ocasión supimos degustar la utopía nacida de unas letras que se mutaron en inmortales. Él, con voz queda, iba deslizando las aventuras y desventuras de los personajes de su obra. Y de modo inconscientemente consciente, dejaba traslucir a través de ellos los vaivenes de una propia existencia indisimulable. Bastante incomprendido resulta el papel de juglar como para dar paso a la lástima, debía pensar. El desfile de canciones no fue llevando a situaciones vividas, calladas, echadas de menos, sufridas, gozadas. Y poco a poco, conforme la soleada mañana de sábado se abrió camino el regusto agridulce dejaba un poso sobre las cicatrices del ayer que regresaba. Él, Roger Lenon, volvía a ser el loco de la colina sobre la que diseñar a lo lejos un paso de cebra sobre el que perfilar las decepciones. Ha escrito la historia tantas veces como la misma historia ha decidido modificarlas. Ha llegado al corolario de aceptar lo irremediable para no seguir sumando desencantos. Ha sabido dar salida a sus inquietudes a través de los acordes mientras desde su informal vestimenta vuelve a reclamar un club sempiterno para los corazones solitarios. Seguro que con ellos formaría una banda capaz de repudiar al reloj que quisiera dar por concluida la reunión de amigos. Sueña, como todos, que su obra sea adoptada por los desesperanzados que están a punto de sucumbir ante la derrota racional. Sufre, como muchos, las torpezas conscientes de los absurdos paraísos artificiales. Y con todo ello, a pesar de todo, gracias a todo, sigue erigiendo una torre de babel con la que alcanzar la cima destinada a los grandes. Mientras ese zigurat se asienta, él, poeta de letras prosadas de sueños, sigue fiel a unos principios que tan trasnochados creen algunos. Peor para ellos, si así los mantienen. Probablemente alguien como Lenon se haya reencarnado en Roger para rubricar una búsqueda hasta encontrar un Penny Lane que merezca la pena.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario