1. Lenon Roger
Martínez
He dejado pasar unos días para que la ecuanimidad
tome forma y la celeridad de las teclas no se vea abocada a la tormenta. Supe
que “Buscando a Penny Lane” era su carta de presentación y no podía ni quería
resistirme a la comprobación in situ del
mensaje del firmante de la misma. Y a fe que acerté. Allí, semioculto
tras las cortinas que buscaban intimidad, estaba. Parapetado tras un atril y protegido
por unas partituras, estaba. Estaba y con él estaba un modo de entender la vida
y manifestarlo a través de las seis cuerdas convenientemente afinadas. Y junto
a él estábamos aquellos que en alguna ocasión supimos degustar la utopía nacida
de unas letras que se mutaron en inmortales. Él, con voz queda, iba deslizando
las aventuras y desventuras de los personajes de su obra. Y de modo
inconscientemente consciente, dejaba traslucir a través de ellos los vaivenes
de una propia existencia indisimulable. Bastante incomprendido resulta el papel
de juglar como para dar paso a la lástima, debía pensar. El desfile de
canciones no fue llevando a situaciones vividas, calladas, echadas de menos,
sufridas, gozadas. Y poco a poco, conforme la soleada mañana de sábado se abrió
camino el regusto agridulce dejaba un poso sobre las cicatrices del ayer que
regresaba. Él, Roger Lenon, volvía a ser el loco de la colina sobre la que
diseñar a lo lejos un paso de cebra sobre el que perfilar las decepciones. Ha
escrito la historia tantas veces como la misma historia ha decidido
modificarlas. Ha llegado al corolario de aceptar lo irremediable para no seguir
sumando desencantos. Ha sabido dar salida a sus inquietudes a través de los
acordes mientras desde su informal vestimenta vuelve a reclamar un club
sempiterno para los corazones solitarios. Seguro que con ellos formaría una
banda capaz de repudiar al reloj que quisiera dar por concluida la reunión de
amigos. Sueña, como todos, que su obra sea adoptada por los desesperanzados que
están a punto de sucumbir ante la derrota racional. Sufre, como muchos, las
torpezas conscientes de los absurdos paraísos artificiales. Y con todo ello, a
pesar de todo, gracias a todo, sigue erigiendo una torre de babel con la que
alcanzar la cima destinada a los grandes. Mientras ese zigurat se asienta, él,
poeta de letras prosadas de sueños, sigue fiel a unos principios que tan
trasnochados creen algunos. Peor para ellos, si así los mantienen.
Probablemente alguien como Lenon se haya reencarnado en Roger para rubricar una
búsqueda hasta encontrar un Penny Lane que merezca la pena.
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