1. Ester M.V.
A ver cómo sitúo el caballete sobre el que disponer el lienzo
sobre el que describirla. A ver cómo, que tiemblo solamente de pensar que una
simple ojeada por su parte desencadene el volcán interior que la nace y de él
surjan las lavas impredecibles. A ver cómo consigo que esta que se viste de
pantera, que asoma las fauces ante la maleza de la estupidez, se sienta relejo
de lo que sin darse cuenta muestra. Porque sí, así, como una muestra aparece
cada vez que la mañana se aproxima a la apertura. El despacho guardó silencio y
atrás, en el cajón del ayer, quedaron los interrogantes que no parecían tener
solución. Errados estaban quienes así pensaron. No supieron distinguir a esta
que de la fortaleza ha erigido una muralla infranqueable. Ella que vio la cara
oculta de la luna sabe que no hay mejor amanecer que aquel que cada esfuerzo
ilumina. Ella que fue capaz de regresar sin haberse ido no entiende de
componendas ni de medias tintas. Mira de frente para que el duelo de pupilas
sepa quién va a salir victorioso. Tendrá compasión del derrotado para evitarle
la amargura añadida del porqué de su fracaso. Dejará que cada cual medite para
sí y de que sí mismo extraiga las conclusiones. La vida le sobrepasa con
acontecimientos lo suficientemente divertidos como para perder el tiempo con
reflexiones absurdas. Consentidora hasta la saciedad comprende que el valor
añadido del cariño se suma al recuerdo aún tierno pero asentado hacia futuro.
Bebe los vientos por su sangre y de ella diseña el afluente del que abastecerse
en las jornadas de sequía. No ha llegado a su lenguaje la palabra aburrimiento.
Y aunque las decepciones se visten de luciérnagas nocturnas al llegar el ocaso semanal,
su perspicacia le permite distinguir lo cierto de la copia. Fiel a sus
amistades, adquiere de ellas el apoyo que devuelve y se muestra esquiva con las
medias tintas. Ríe atragantándose si el sándwich se ha interpuesto en el camino
de la anécdota. Perdona con la exclamación sorprendente a quien intenta
marcarle el rumbo o bajarla de sus postulados. Tiene presto el aguijón con el
que será capaz de amedrentar al osado que insista en hacerla caminar hacia
atrás. Por eso, si alguna vez os cruzáis con ella, permaneced quietos un
instante. Ella os dará paso o lo cerrará según perciba. Eso sí, tanto si es una
opción o la otra, será para siempre, os lo aseguro. Ahora voy a dejar este
retrato sobre su mesa. Si la oigo llegar, rezaré por lo que pueda pasar.
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