viernes, 21 de diciembre de 2018


1. Juan Carlos B.



El caso es que si me sitúo al otro lado del espejo e intento describirlo se me agolpan las pinceladas y probablemente el espejo se acabe empañando. No será capaz de quedarse quieto este que como buen heraldo de su signo se manifiesta cual tábano inquieto incapaz de permanecer inmóvil. Este, que de la sorpresa continua va situando las balizas que dejen rastro y señal de su paso, este, es sencillamente el vivo reflejo de la variante inesperada al acabar la penúltima curva de su tránsito hacia la Font Roja diseñada en su incesante y peculiar ascenso. Las horas se le quedan cortas y el diseño de los trazos se agolpa entre las falanges de sus dedos aguardando turno impacientemente. Vive como si la jaima erigida en la caída de las dunas pidiese escasa perdurabilidad. Lo suyo es embarcarse en la próxima caravana que siga la ruta de la seda hasta los confines el sol naciente. Comprensivo con el débil, se decanta hacia las carencias, para remitirles soluciones que no siempre son compartidas. Puede que lea en las psiques más de lo que a los comunes se nos escapa y de ello hace bandera y causa. De su chilaba hace tiempo que desapareció el alfanje cercenador para dar paso a la daga benefactora que la comparsa trabuquea al fenecer Abril. Sería capaz de reconvertir al mismísimo Herodes al ofrecerle un puesto secundario en el belén navideño. Sabría colocarlo en un trono suficientemente ornado para evitarles venganzas a los inocentes perseguidos. Los muros de las lamentaciones que tabican sus horas hace tiempo que se fueron completando con las suras filosóficas llegadas del ágora de la reflexión adolescente. Ahí, como si del bosque de Sherwood se tratase, este émulo de Robin Hood, buscará devolver a cada quien lo que cada quien necesita y no se atreve a reclamar. Vestirá al caer la noche el atuendo del Peter Pan que revolotee por el país de nunca jamás para cambiar las constelaciones de los sueños. Y todo esto, mientras va anotando en su agenda la siguiente visita a la sede caritativa, la siguiente actividad subacuática, la siguiente convivencia montañosa. No, no es de los que se conforman, ni de los que aceptan grilletes, ni de los que serían capaces de permanecer a los remos como galeote preso si considera injusta la condena. Al más mínimo descuido, huiría y dejaría al bereber que se encargaba de custodiarlo con la duda de perseguirlo o dejarlo partir. Solamente él sabrá las íntimas razones que le llevan a convertirse en veleta imprevisible y con eso basta. Ahora, simplemente queda barnizar su retrato. Mientras se seca, quizás sea el momento de degustar unas peladillas y brindar con café licor; seguro que en esto coincidimos. Y como tercio último de la corrida, nada mejor que recibir la montera en el brindis pertinente mientras el morlaco permanece en el albero a la espera de su suerte última. De fondo, desde el tendido del siete, la voz rota de Chavela Vargas se abrirá paso con un deje quedo nacido del “Que te vaya bonito” que quedará preso en más de una garganta intentando contener el dolor de la despedida.

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