1. Carmen y Alejandro
Alzo la vista hacia la cruz
que forma la Puentecilla y parece que los estoy viendo regresar. Una vez más,
él, se asomará para descubrir el desperezo de un nuevo día. Una vez más, ella,
canturreará la enésima copla en voz baja para no despertar a quienes buscan su
cobijo y amparo. Poco tiempo les supondrá la estancia a quienes tan
acostumbrados están a cruzar el delta del Ebro dos veces al año. Una de ellas,
con la sonrisa abierta; la otra, con la sonrisa fingida que la obligación
exige. Una y otro saben que el drenado de la Lastra se llevó presentes y marcó
destinos. Allá se encomendaron y de allá regresan para dar testimonio de raíz y
fortaleza. Una vez que la mañana se haya desperezado, una bolsa vacía bajará
como compañera adosada al antebrazo. Una vez a la mañana, una bolsa henchida de
cuadros se adherirá a la espalda para ser acarreada. Las hogazas oirán en
silencio el recuento de las mil anécdotas y serán testigos de las mentiras piadosas
cada vez que comparen perímetros. Atrás quedaron las tizas sobre los patrones
que marcaban trazos sobre las panas. Será un paso lento el que le lleve por la
arteria de una vida como si quisiera degustar el momento que tanto extraña en
la lejanía. Ella, sonriente como de costumbre, tarareará la enésima copla en
tono lento para demorar el desperezo de sus sangres. Duermen, sueñan, viven,
comparten y se saben pilares fundamentales. Han sabido transmitir el calor que
nace de la cuna para caldear la hoguera con los leños de la verdad. Han sido, y
siguen siendo, pilares fortalecidos sustentadores de un saber hacer y perpetuarse.
La guayabera la otorga el aspecto de un indiano incapaz de convertirse en
capataz furibundo. De sus sandalias podrían extraerse las rutas que el
discurrir de la vida les ha planteado como imprescindibles y nadie sería capaz
de perderse. Son, y siguen siendo, transmisores de un modo de hacer en el que el
gris devendrá en blanco negando paso al negro. Modo de vida, modos de hacer, que
saben que más allá de la soberbia existe un pedestal que únicamente los elegidos
son capaces de ocupar. Dentro de nada volveré a preguntarle y volverá a
responderme que las piernas se siguen mostrando perezosas y que por lo demás
todo va bien. Volverá a preguntarme si ya he almorzado y aunque le diga que no,
sonreirá y seguirá sin creerme. Lo de menos será la certeza o el error de la
apreciación. Lo válido será recordar cómo una vez más, ellos dos, siguen
estando presentes y sonríen a la par mirando a los ojos.
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