1. Fernando, el
frutero
Es entrar a su establecimiento
y los ojos se disputan las estanterías a las que mirar. Tiene de todo, todo, y
del todo, la variedad. Y lo enmarca en forma de servicio cordial acompañando su
trabajo con la tertulia televisiva a la que pocos hacen caso. Él, a lo suyo. Y
de cuando en cuando una llamada de móvil le realiza el encargo preceptivo.
Puede que lo haga en la lengua vernácula o se decante por el inglés que parece
dominar. No problem. Entre pimientos asados, calabazas cocidas y jengibres
diseminados sobrevive a la llamada del peso que no cesa de medir los gramos a
lo largo de los siete días. No conoce el sentido de la palabra descanso y a
escasos metros un Seat Málaga espera el momento de ponerse en movimiento. Lo
miras fijamente y su rostro te traslada a la Bélgica en la que su clon
permanece huido, exiliado, refugiado. Fernando ha cortado el flequillo, ha
cambiado la chaqueta por el chaleco multibolsillos y sigue a lo suyo. Cortés
como pocos, podría pasar por zalamero para quien no lo conozca. Su
establecimiento semeja el trastero de un Diógenes impoluto que ha cambiado la
acumulación de enseres por la de variedades frutales y culinarias de los tres
continentes. Sigo a la espera de que se le sumen Asia y Oceanía para rotular la
entrada con un cartel de la O.N.U. que le haga justicia completa. Llegó a
ocupar el espacio ante el que otros se vieron derrotados y a base de tesón se
ha abierto un camino al que no se le conoce final. He descubierto la existencia
de cervezas hiperalcohólicas de origen eslavo a las que no me he atrevido a
retar. He vislumbrado harinas, tubérculos, semillas, que ni siquiera sospechaba
que existieran. Este Darwin de la botánica alimenticia no ceja en su empeño y
así le va. Nada más despuntar el día subió la persiana de nuevo. De su furgón
descendieron los nuevos inquilinos provisionales y empieza a ser la hora de
acercarme a ver qué novedades aparecen. Lo de menos será elegir este o aquel
producto. Lo verdaderamente importante será comprobar como Fernando vuelve a
sonreír y desearnos buenos días con la sonrisa de siempre. La lluvia inesperada
no le va a restar buen humor y así, no sé si consciente o inconscientemente, sabe
que nadie se le resistirá como cliente. Voy a preguntarle su apellido; más que
nada para que Puigdemont descubra que su mitad verdaderamente existe.
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