Curro
Hace tiempo supe que su
nombre no era el que a todos mostraba. Que a modo de artista pudoroso se fue
cubriendo con la capa del seudónimo crucificado para esconder la timidez que se
erige como muro insalvable ante el hecho de salir al escenario de la vida. Hace
tiempo descubrí cómo tras el rasurado de las cuchillas Filomatic se refugiaba
el rostro del extraño en su propio tiempo. Un rostro acostumbrado a sembrar los
surcos de la piel con las semillas del lento transcurrir de la desesperanza.
Tiempo de desahogos nacidos desde las yemas de los dedos y encaminados a
trenzar albardas de esparto sobre manualidades nacientes. Tiempo de rincones
umbríos desde donde las escarchas descienden reclamando paso a quien ralentiza
el suyo. Él, que tan acostumbrado vive a la costumbre, no se acaba de acostumbrar
al silencio que grita hacia dentro y que ni siquiera los neones ilusos son
capaces de silenciar. Nació con el calendario equivocado y tararea para sí la
copla que le regresa a la esperanza. Se siente protagonista del estribillo
lanzado sobre las tablas de un escenario que para sí tuvieron aquellos que
tanto se le asemejan. Peinó la raya carente de alado sombrero mientras el
pañuelo de colores se le desanudaba sobre la nuez callándole los versos. Sobre
los retallos de los olivos extiende sus palmas reclamando la ovación que enmudece
en el eco. La madera se disputa con el esparto el protagonismo y él,
comprensivo, desliza hacia la casualidad el turno de cada uno. No será capaz de
decantarse por la exclusividad para no herir los sentimientos de quien
momentáneamente se sienta rechazado. Las borlas del chaleco imaginario ascienden
desde Despeñaperros y le buscan. Se han afinado las cuerdas y el mástil se
dispone a dar un último acorde que siempre resulta bienvenido. Los humos dan fe
del despertar de un nuevo día. Allá arriba, custodiando los pies de las horas
dadas, amanece de nuevo y de nuevo renace. Marcará el ritmo al discurrir del
tiempo para hacerle entender a todo aquel que se cruce en su camino que los
segundos a veces parecen días. Y que él, Curro, es el auténtico relojero capaz
de darle cuerda mientras el péndulo sigue buscando convertirse en el filo de una
cuchilla que guillotina las normas. Una nueva salva de aplausos se unirá al
estruendo que formen las sillas de anea cuando para sí vuelva a tararear la
copla del desengaño que supone vivir a destiempo.
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