domingo, 9 de diciembre de 2018


Curro



Hace tiempo supe que su nombre no era el que a todos mostraba. Que a modo de artista pudoroso se fue cubriendo con la capa del seudónimo crucificado para esconder la timidez que se erige como muro insalvable ante el hecho de salir al escenario de la vida. Hace tiempo descubrí cómo tras el rasurado de las cuchillas Filomatic se refugiaba el rostro del extraño en su propio tiempo. Un rostro acostumbrado a sembrar los surcos de la piel con las semillas del lento transcurrir de la desesperanza. Tiempo de desahogos nacidos desde las yemas de los dedos y encaminados a trenzar albardas de esparto sobre manualidades nacientes. Tiempo de rincones umbríos desde donde las escarchas descienden reclamando paso a quien ralentiza el suyo. Él, que tan acostumbrado vive a la costumbre, no se acaba de acostumbrar al silencio que grita hacia dentro y que ni siquiera los neones ilusos son capaces de silenciar. Nació con el calendario equivocado y tararea para sí la copla que le regresa a la esperanza. Se siente protagonista del estribillo lanzado sobre las tablas de un escenario que para sí tuvieron aquellos que tanto se le asemejan. Peinó la raya carente de alado sombrero mientras el pañuelo de colores se le desanudaba sobre la nuez callándole los versos. Sobre los retallos de los olivos extiende sus palmas reclamando la ovación que enmudece en el eco. La madera se disputa con el esparto el protagonismo y él, comprensivo, desliza hacia la casualidad el turno de cada uno. No será capaz de decantarse por la exclusividad para no herir los sentimientos de quien momentáneamente se sienta rechazado. Las borlas del chaleco imaginario ascienden desde Despeñaperros y le buscan. Se han afinado las cuerdas y el mástil se dispone a dar un último acorde que siempre resulta bienvenido. Los humos dan fe del despertar de un nuevo día. Allá arriba, custodiando los pies de las horas dadas, amanece de nuevo y de nuevo renace. Marcará el ritmo al discurrir del tiempo para hacerle entender a todo aquel que se cruce en su camino que los segundos a veces parecen días. Y que él, Curro, es el auténtico relojero capaz de darle cuerda mientras el péndulo sigue buscando convertirse en el filo de una cuchilla que guillotina las normas. Una nueva salva de aplausos se unirá al estruendo que formen las sillas de anea cuando para sí vuelva a tararear la copla del desengaño que supone vivir a destiempo.        

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