1. Quim Torra
Si no fuera quien es ni ostentara el cargo que
ocupa sería facilísimo ubicarlo. Seguramente entre los anaqueles de un despacho
atestado de libros con olor a seminario de tutor a la espera de consultas por
parte de los alumnos despistados. O quizás como mosén de una parroquia a la que
acudir puntualmente a misa con la devoción mariana llegada de Monserrat. O tras
el mostrador de un obrador en el que hornearía pan de payés atrapando al fuet preceptivo
parido en la masía correspondiente. Y todo sin perder la calma que de su verbo
exhala. Este presidente interino al que la fe de sus creencias le hace
merecedor del último peldaño se sabe portador de unas consignas que no entienden
de retroceso. Busca incesantemente el apoyo que parece no llegarle de parte de
aquellos a los que considera siameses a sus posturas allende de las fronteras.
Pugna por un reconocimiento que sabe a cerilla prendida sobre las virutas de
una hoguera parrillada de rojo como si los calçots esperasen ser diseminados,
degustados, ingeridos, digeridos, asimilados. Tiene como base una fe inquebrantable
en sí misma y los atuendos cuelgan en la sacristía a la espera de mártires si
llegase el caso. Pertenece a la hornada salida del sentimiento diferencial y
cuanto más aumenta la dosis de levadura más se expande la molla y curte la
corteza. Comodín de una baraja que otros lanzaron sobre el tapete ignora las
cartas marcadas que le llevarían al desencanto de la baza perdedora. Viste el
amarillo como si el mismísimo Moliere quisiera ver en él al aliado personaje dispuesto
a socorrer al náufrago protagonista. Mira hacia el norte para encontrar desde
el norte el paso fronterizo de vuelta a las ideas perseguidas. Cree
obstinadamente en la certeza de lo que para otros es insensatez y aprieta las
tuercas para evitar que la rotación de la historia se lleve sus sueños. Su
quimera sabe a futuro y no está dispuesto a dejarla escapar por muchos reveses
que le vengan. Capaz de contar más allá de ciento cincuenta y uno sigue la
senda que años atrás otros abrieron olvidándose del asfalto preceptivo mientras
parcheaban los baches. Aquellos que le fueron instruyendo como monaguillo hoy
le dan palmadas sobre el roquete crecido. Desde la barrera observan el devenir
de la misa y seguro que cuando llegue el momento de comulgar serán los primeros
en hacerlo. Otros, probablemente con Quim Torra a la cabeza, se llevarán el
resto de las hostias cuando la cena llegue a su fin.
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