Cuestión de humores
Según los clásicos el cuerpo humano está
compuesto de cuatro sustancias básicas y líquidas llamadas humores
que convenientemente equilibrados indican el estado de salud de cada persona. De modo que del desequilibrio de las mismas
derivaría la aparición de alguna enfermedad. Así que la bilis negra, la bilis,
la flema y la sangre compondrían el póquer encargado de dar por ganada la
partida o no en cada uno de los individuos que hubiesen barajado sus cartas
sobre el tapete verde del día a día. Aconsejaban también realizar una dieta
como contrapunto y de este modo su personalidad dejaba de sufrir daños. Pues
por lo visto seguimos sin hacerles caso. Nos suenan a tiempos pretéritos en los
que se diseñaron modos de sociedades que en nada sirven actualmente. Aquí de lo
que se trata es de no dejar paso a nada que pudiera remitirnos a la chanza, a la
ironía, al desahogo, en resumen. El poderoso se siente vivamente criticado a
nada que su suspicacia se asome a la ventana del no aplauso. El fanático
considera inmaculadas sus creencias y defendibles con cualquier tipo de
respuesta violenta. El payaso que traspasa la línea marcada por el
soterramiento del valor se ve sometido al objetivo persecutorio por parte de
quien no se permite una risa. Faltaría más. Detrás de cada risa, de cada
sátira, se esconde un sospechoso irreverente al que hay que marcar de cerca. No
hay mejor abreceldas que aquella ganzúa llamada hilaridad y por nada del mundo se debe permitir ninguna
salida del redil. Por las buenas o por las malas, el humor es perseguido.
Curiosamente los mastines perseguidores ignoran cual de los cuatro tienen
desajustado y consideran que el artífice provocador de las carcajadas es el
culpable. Y en su miedo a no saberse reír de sí mismos plantan un vivero de
brotes para que les sigan el ejemplo de los que se dejan arrastrar por
semejantes postulados. Mucho cuidado con tocar lo intocable para quienes
anclaron su mirada, su fe, su transigencia. Mucho ojo con atreverse a ser
irrespetuosos, irreverentes, o simplemente libres. Y tal como se aventura el futuro, las nubes
negras amenazan tormentas. Pocos colectivos quedan que den por buena la broma a
su costa. A nada que te descuides salta la chispa y se prenden las briznas de
la hoguera sobre la que organizar un aquelarre. Algún día, puede que algún día, las tornas
cambien y se comprenda por fin lo serio que puede resultar tomarse lo serio a
broma. Ese día, si es que llega, dará paso a una Arcadia definitiva y el viaje
a Ítaca habrá merecido la pena. Mientras tanto, y mira que lo siento, solo nos
queda la pena y la posibilidad real de remar a contracorriente. Aquellos sabios tan ignorados en la
actualidad ya vaticinaron el poder curativo de los ajos y será cuestión de
seguir sus consejos.
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