miércoles, 7 de noviembre de 2018


1. Villarejo, el comisario


“Dueño de tus silencios y esclavo de tus palabras”. Así rezaba el dicho que hace años escuché por primera vez. A modo de admonitoria advertencia aparecía entre aquellos que se sentían coartados a expresar sus opiniones, disensiones, afirmaciones, negaciones, y todas las  ones que se pudieran ocurrir o añadir. De hecho, el secretismo las mantenía a raya para lograr impedir que llegasen a oídos inadecuados y pudiesen utilizarse en contra. El cuchicheo tomaba carta de naturaleza y el mal disimulo no conseguía levantar la careta de aquellas o aquellos que lo ponían en práctica. No hacía falta fingir cuando a todas luces el descenso del tono hablaba por sí solo de cuanto estaba tramándose entre aquellas tertulias. Parece que en la propia condición humana anida el deseo innato de averiguar la vida del ajeno para conseguir una posición de superioridad. Y si hay que usar la extorsión o la amenaza, se da por válido el ticket para conseguir el fin de un trayecto no demasiado claro. Imagino que estas disquisiciones se parecerán a las del comisario en cuestión. O debieron parecerse cuando decidió convertirse en el alcahuete supremo, vete tú a saber si por órdenes superiores recibidas. El caso es que este buen señor debe tener una fonoteca impresionante con las cantadas de más de un artista aficionado a cantar o contar sin saberlo hacer, sin partitura.  Por intentarme hacer una idea de su paciencia y pulcritud recuerdo aquellas sesiones de grabaciones musicales extraídas de la radio que, más de una vez, se venían abajo por la inoportuna intervención del locutor. Mirabas el cuentavueltas del frontal y deseabas que la canción acabase lo más rápidamente  posible. Misión cumplida y a esperar a la próxima. Pues bien, este señor, atalayado en su puesto de privilegio, a lo suyo. De aquí, de allá, de este, de aquella, del por si, de todos y todas. Y ahora, como si de un goteo interminable se tratase, decantándolas para gozo de unos y vergüenza de otros. O quizá lo de vergüenza debería ponerlo entre interrogantes. La cuestión estriba en que la forma se ha impuesto a un fondo tan vomitivo que ya nada parece sorprendernos. Seguirán apareciendo voces de artistas involuntarios que jamás sospecharon saltar a la fama de este modo y se multiplicarán las declaraciones que seguirán sin declarar nada que no sea simple banalidad. En vano intentaremos comprender lo incomprensible y de la catarata más o menos discontinua solamente ganaremos un chaparrón. Sea como sea, una recopilación de grandes éxitos siempre suele aparecer en vísperas de Navidad y como regalo suele ser bien recibido. Ahí lo dejo, señor Villarejo. Suponiendo que no haya ninguna casa de discos interesada en sus grabaciones, la autoedición se le ofrece en bandeja. Pero dese prisa. Las fiestas están próximas y puede que como regalo reciba un aguinaldo impune con hedor a cloaca que a todos nos resulte repulsivo. Los beneficios de las ventas están asegurados incluso antes de haber salido a la luz.

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