viernes, 16 de noviembre de 2018


1. Jesús Vergara, y sus libros


Quizás resulte escaso el hecho de limitar a los libros que le envuelven su diario laboral. Escaso y sobre todo, demasiado simple cuando de lo que se trata es de intentar explicarte a ti mismo qué le lleva a alguien a ser custodio de libros y administrador de enseñanzas en las horas de ludo. Amas las lecturas, admiras a los y las autores que las firman, y no dejas de darle vueltas al hecho de que cada día más parezcan abocadas a la desaparición definitiva. Cierto desconsuelo te llega y entonces alguien como Jesús te proporciona el aliento para seguir creyendo en las utopías ciertas. Alguien capaz de combinar aguas de Guadalquivir y Cabriel, perfiles de marismas y cerros, acentos manchuelos y sevillanos, alguien así, merece tu atención, tu respeto, tu admiración, tu aplauso. Parapetado tras una mesa sobre la que disemina contraseñas y ofrece aventuras, cada tarde abre el abanico de posibilidades que tan denostado parece estar hoy en día. Y lo hace desde la paciencia que de sus lentes de alumno aventajado exhala proporcionando una pátina de comprensión hacia la llegada del aburrimiento a las inquietudes del joven lector. No desfallece porque sabe que el precio a pagar es la constancia y el fruto llegará dentro de un tiempo a quienes no sospecharon estar cultivándose desde el hoy. Mutará de papel en el escenario de la voluntad cuando las calizas protectoras chorreen inmundicias y se sumará al acto redentor hacia la Naturaleza. Será capaz de liar convenientemente las hebras mientras el refresco debajo de la sombra adquiere su temperatura equilibrada y seguirá mostrando como marco de perfil su disponibilidad incuestionable. Callará para sí las añoranzas a la espera de un nuevo y breve vuelo trianero y mientras tanto seguirá recopilando tomos y más tomos a la espera del bienaventurado que los adquiera como compañero de sueños. Probablemente desde el rumor de los caños le llegue la estrofa sincopada que espera ser entonada y decida ponerse manos a la obra. Mora donde moraron las tizas que trazaron patrones y definieron costuras con puntadas ciertas. Será capaz de convertirse en maestro de ceremonias del verso renunciando al lucimiento del primer plano. Se ha abierto hueco en las grietas de la lejanía y no ha precisado convertirse en cuña forzosa de las mismas. Puede que lo veáis pasear y penséis que un nuevo turista ha llegado a recorrer los senderos que Enguídanos ofrece. Miradlo bien, prestadle atención. Comprobareis que la prisa no le viste, que la mochila le resulta innecesaria y que el auténtico equipaje lo lleva consigo hacia la meta diaria donde duermen los libros.

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