viernes, 23 de noviembre de 2018


La naranja mecánica



Supongo que este otoño lluvioso y gris que llevamos se empeña en refrescarme la memoria y llevarme en volandas a aquellas sesiones de cine. Y supongo también que la sucesión de noticias luctuosas que a modo de cascada nos llegan ha decidido que fuese esta película la protagonista de hoy. Para quienes no la hayan visto les recomiendo que lo hagan y saquen las conclusiones pertinentes. El argumento es muy sencillo: una sociedad futura  se ve sometida a la violencia en sus múltiples variantes. Y como muestra de la misma, una pandilla se dedica a ejercerla desde el criterio que las drogas y su propia naturaleza dictan. No hay miramientos hacia las víctimas y la sed de mal se propaga por todo el celuloide a ritmo vertiginosamente imprevisto. Hasta que las autoridades consideran que este malestar puede derivar en su contra y buscan solucionarlo. Para ello echan mano de unas pruebas psicotécnicas que los estudiosos del tema consideran infalibles para conseguir la reeducación de los hasta ahora violentos. El hecho de someterlos a dichos métodos logra sacar del espectador el aplauso preventivo ante la posibilidad indeseada de ser una víctima más de aquellos abominables seres. Torturas más o menos veladas que acaban dando por resultado el amansamiento y con ello la paz social. Pareciera que la reconversión ha llegado y la calma se reposa en el fondo del vaso que empezaba a enfriarse con la intranquilidad. Es más, aquel que fuera líder de la banda, ha optado por abrazar la ley y convertirse en defensor extremo de la misma. Un regusto a duda te queda como interrogante. En aquella ocasión, duró poco y la solución llegó enseguida. Concretamente llegaron seis soluciones uniformadas de azul, numeradas con el veintiséis y dispuestas a repartir estopa sin miramiento. Aquellos que meses antes fueran “manguis” fueron reclutados para formar parte de la nueva brigada que velaría por la paz de las calles. Debieron pensar que los cantos de alborozo previos a la marcha de vacaciones trimestrales eran lo suficientemente peligrosos y optaron por cerrarnos el paso. No, no llevábamos bombín, ni bates de béisbol, ni botas paramilitares. Por un instante pensé que la pantalla había decidido hacerse real en la Plaza del Carmen y que la segunda parte de la película estaba a punto de estrenarse. Tras el amedrentamiento, el silencio, la despedida y la certeza de que estábamos en el punto de partida hacia un tipo de sociedad temerosa y presa de sus miedos. Creo que el tiempo ha venido a corroborar todo aquello y lamentablemente no parece existir una vuelta atrás.  

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