jueves, 8 de noviembre de 2018


Això ho pague jo



A todos aquellos y aquellas que vivimos en Valencia, nos sonará a cercana y mil veces escuchada semejante expresión. Para los foráneos diré que viene a traducirse literalmente como  un lema de generosidad que anticipa el pago de una cuenta común por parte del más generoso del grupo. Con ello, además de ganarse el aplauso de la concurrencia, un halo de egolatría se tejía sobre dicho individuo y con ello tenía su recompensa. Pues bien, visto lo visto, parece ser que se ha extendido la moda entre las sentencias judiciales cambiando solamente el pronombre final. Del yo, se ha pasado al tú. De la vanagloria fanfarrona a la penitencia de seguir haciéndote pagano de rondas abiertas en las hipotecas previsibles. Aquí todo el mundo metiendo la mano en un acuerdo contractual y como pagano de todo el abajo firmante. Genial, pero genial de veras. Vendría a ser algo parecido a la reunión más o menos espontánea a la que se va sumado gente y cuando aquella amenaza con concluir dicha gente empieza a desaparecer disimuladamente. El más confiado tiene que hacerse cargo de la cuenta y cuando se da cuenta se siente timado. A partir de entonces andará con pies de plomo cuando alguien le vuelva a proponer una nueva reunión. Está escaldado de las previas y no le hará ninguna gracia pasar otra vez por el trance. Igual se aferra a la esperanza que otro lance cuando proponga reunión y se deje llevar. Pensará que en  justa medida le serán reconocidas sus dádivas previas. Se creerá recompensado por sus pérdidas. Iluso una vez más. A nada que se descuide, la factura volverá a buscarle como destinatario. Esta vez puede que ni siquiera haya  desaparecido de su proximidad aquellos que lo hicieron en ocasiones precedentes. Lo mirarán con una mirada entre inquisidora y risueña y entre sus labios sellados creerá leer el “ això ho pagues tu”. Suplicará para sus adentros que  las subsiguientes reuniones se espacien eternamente y que el rótulo colgado a su espalda en el que se le califica de infeliz no sea demasiado legible. Quién sabe si no se plantea buscar una justa recompensa y que alguien se ponga de su parte. Infeliz de nuevo, se dará cuenta de que aquellos que se la prometieron abandonan el local con un palillo entre los dientes y se despiden  amigablemente citándose para otra pronta reunión. Saben de sobra quien acabará pagando las rondas y eso es lo que les importa.

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