Loquillo
Cuesta un tiempo bajarse
de una opinión preconcebida. Cuesta tiempo y a veces el tiempo se encarga de
hacerte recapacitar para sacarte del error que ni siquiera admitías tener. Tus
apreciaciones previas venían cargadas de cierta aversión hacia el postureo del
artista en cuestión y trazaron una enredadera entre su virtuosismo y tu
admiración hacia dicho artista. Hasta que llega el momento en el que decides
arriesgarte a participar en directo de uno de sus espectáculos a ver qué pasa.
Pasa que es viernes, que la plaza de toros ha dado paso a un Loco y su banda y
la expectación se palpa en la arena y en las gradas. Pasa que te mueves
buscando la dirección correcta del sonido y una vez ubicado te dejas llevar por
el rock and roll que deciden ofrecerte a ti y los miles de seguidores que
empiezan a moverse a la primera ocasión. Pasa que la elegancia de este dandy
llamado Loquillo traspasa su atuendo y se convierte en poesía para que lo
disfrutes plenamente. Pasa que tus oídos no dan crédito a semejante perfección
en cada uno de los miembros de su banda. Por un momento crees que está enlatada
la música al no aparecer ni un solo fallo en ninguna de las participaciones.
Las canciones se suceden sin interrupción y alucinas al comprobar cómo un
acordeón se convierte en instrumento rockero impensable y absolutamente
bienvenido. Las guitarras se suceden a ritmo frenético y desde la batería los
compases son marcados con la advertencia de negarte el descanso. La muchedumbre
se mueve a modo de marea vibrante y toda una carrera musical cubre etapas a lo
largo de esta noche. De frente, un pájaro loco fuma mofándose de las normas,
añorando los buenos tiempos en los que las ansias de libertad abrieron fronteras,
derribaron muros y cobraron peajes. Pura resistencia musical a cualquier
intento de regreso al oscurantismo y nula presencia de discursos innecesarios. La
música mostrada encierra por sí sola el mensaje definitivo de una forma de
entender la vida y afrontar los desafíos. Sigue la catarata de corcheas, los
lucimientos de las cuerdas, los saltos por todas las variaciones que su estilo
domina y definitivamente reconoces tu error de apreciación que tanto tiempo has guardado
en el cofre de tu ignorancia. Miras al cielo, cruza un nuevo avión hacia Manises,
el reloj de la plaza hace casi tres horas que se peinó con el tupé adecuado al
concierto y te sumas a la opinión unánime que proclama larga vida al rock and
roll. Y solamente entonces compruebas y agradeces que todos los gatos del
callejón, todos los reyes del glam, cruzaron el paraíso subidos en un cadillac pilotado
por un tipo feo, fuerte y formal llamado José María Sanz Beltrán, Loquillo.
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