Y al tercer año, resucitó
Probablemente
a más de uno le suene a chanza histriónica y un tanto irreverente el título de
este libro. Posiblemente aquellos que vivimos el nacimiento de acontecimientos
predemocráticos aún recordemos a Vizcaíno Casas, autor de semejante obra. Y
dado el cariz desenterrador que lleva el discurrir de los días no he podido por
menos que recordar aquel argumento que no dejaba de ser una novela bufa sobre
la imposibilidad de perpetuidad del “añorado Caudillo”. En la misma, Fernando
Vizcaíno Casas, plateaba la posibilidad de dar vida a alguien semejante físicamente
a Franco y hacerle desfilar como cuerpo presente a ver qué reacción tenía el
pueblo. La calidad literaria de la obra
ya se puede intuir. Los derechos de autor pasaron a ser salvoconducto de la película
subsiguiente y la sucesión de momentos a través de las páginas en las que el
temor de unos se confundía con los vítores de los otros acababan por redondear
este folletín para mayor gloria de nostálgicos del Régimen. Aquella lectura
soñaba con parecerse a la letra de una zarzuela aún por estrenar en la medida
en que retrataba el sentir cotidiano de una de las partes sociales. Nada de
reivindicar justicias, no; en eso, Vizcaíno Casas, tenía muy claras sus
posturas a pesar de dejarlas deslizar con un increíble halo de imparcialidad. Según
él, el mal disimulado miedo por parte de los rojos salía la luz ante el
resucitado, y el orden se dictaba de nuevo. Lo dicho, una obra simple,
oportunista como tantas otras del autor que llegó a los quioscos para consuelo de lutos con
brazo en alto y saludo centurión. Curioso, de cualquier modo, resulta que transcurridos cuarenta años de aquella
publicación, unos, otros, otros, unos y todos entre unos y otros, parezcan
echar de menos una reedición de aquella novela insustancial. Si algún perteneciente
a cualquiera de los bandos muere de deseos por leerla, que me lo comunique y la
busco. En alguna caja de cartón anudada debe estar como recuerdo de vida ya
finiquitada hace años. Lo más probable será que el olor a naftalina se haya
impuesto al polvo del entierro de las páginas que no dejan de ser un compendio
de chistes no demasiados afortunados. Queda un día para otro veinte de
noviembre y la casualidad ha actuado a su antojo. De las disputas más o menos
estériles, paso completamente a la espera de la aparición de una novela
titulada “Fin, por fin”. Igual es más divertida y sella un argumento
definitivamente serio.
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