jueves, 15 de noviembre de 2018


Bohemian Rhapsody



Tantos rumores de excelencia me decidieron a acudir a la sala a presenciar la vida cargada de éxitos y fracasos de Freddie Mercury, alter ego de Queen. Y lo primero que me llamó la atención fue lo bien ambientada que estaba la historia, lo certero que resulta regresar a aquellos años de eclosión rockera. Un panorama en el que hacerse un hueco musical no precisaba de disfraces  tan habituales hoy en día. Ni se abusaba de los medios audiovisuales ni se daba gato por liebre a quien mínimamente contase con algo de juicio a la hora de valorar. Y así, tras una media hora estirada hacia los cuarenta minutos en los que la atonía parecía ganar la partida, empezó el auténtico espectáculo. Meciéndose en la soledad que disimulaba su liderazgo, el auténtico protagonista se nos mostraba desnudo de cuerpo y alma, carente de afectos y sobrante de poses. Precio de una fama que suele mostrar la cara más amable para no defraudar a los seguidores delas estrellas a las que intentan imitar. No se permitirían flaquezas de ánimo a quien era capaz de envalentonar estadios enteros con su enérgica actuación protegido por su auténtica familia. Nubes de inconsciencia se van abriendo paso en medio de la vorágine del éxito y la borrachera del mismo te lleva en volandas a las cataratas de caída libre. Decepciones en ambos sentidos en los que la única amarra que le queda para no perecer de soledad es el amor de aquella a la que quiso y que le sigue correspondiendo. Las malas influencias se dejan caer como si su ausencia restase credibilidad a semejante biografía. Percibes el tarareo próximo de las butacas cercanas y te subes a él como queriendo reivindicar el derecho a que cada cual elija el modo de vida que quiera. Los estribillos del coro a media voz que se va formando dan testimonio de pertenencia a la grada que desde el patio de butacas se sueña en Wembley.  Años ochenta que dejaron huella no siempre aceptada por quienes dictaron las reglas. Años de reinado de un modo de hacer, de cantar, de actuar, de vivir, que tuvo en este genio el icono merecido. Hoy que tan acostumbrados estamos a ver desfilar por el podio de la fama a ídolos con fecha inmediata de caducidad se hace imprescindible revisar los méritos. Puede que más de uno al compararse agachase las orejas y supiese ver que su escalón está a años luz de aquellos que marcaron época y exhibieron libertades como bandera de vida. Los inmortales perduran por más que la tierra los quiera como abono para que florezca el olvido.      

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