lunes, 26 de noviembre de 2018


Easy Rider


Como si la vida diese la vuelta sobre tu vida misma y te ofreciese la posibilidad de regresarte a aquellos años, así regresó esta película a mi recuerdo. Un canto a la libertad absoluta por parte de un par de amigos en busca de la carencia de normas. Un camino de ida hacia el paraíso que en aquellos años sesenta se situaba sobre la costa oeste norteamericana. Un no retorno hacia las corrección que como de costumbre busca adoctrinamientos y por lo tanto sometimiento. Un fugaz sueño que las mismas pesadillas se encargan de cercenar dejándote un sabor amargo del quise y no pude. Y todo a lomos de una montura de acero con auténtico sabor a ruta 66. Los coqueteos con la ley se suceden a lo largo del film y no deja de asomarse el peculiar personaje que considera que su vida es una mierda y se suma a la utopía. Porque de eso se trata, exactamente, de eso. De dejar transcurrir  a lo largo del metraje ese canto cargado de octanos de dos mitades de un mismo sentir en busca de sí mismos. Las trabas no suponen más que un traspié para aquellos que las colocan y la irreverencia se hace presente cada vez que la noche se cierne sobre los flecos de sus chaquetas. Podría considerarse predecible la persecución y prohibición que tuvo por parte de unas autoridades que no permitían ni el más mínimo descarrilamiento de los postulados. Más o menos como ahora, si se analiza despacio. Una banda sonora cargada de ácidos lisérgicos y guitarreos salvajes apoyan la trama y sobre esa misma idea empañas el espejo, cierras los ojos y decides asomarte a lo que pudieron sentir aquellos que lo vivieron en tiempo y lugar. Sientes el rugir de los cilindros, echas de menos los  pañuelos que han cedido puesto al casco, echas de más los carenados de las máquinas y te sumerges en ese sueño personal inacabado. Comparas y ves que el sistema ha fagocitado aquello que amenazaba su propia norma y te das por vencido. Recuerdas el final de aquella hermosa película y achacas al frío viento de poniente la culpa de la humedad que recorre tus mejillas. Sabes que Dennis Hopper se debe estar partiendo de risa una vez más y que Jack Nicholson sigue luciendo el caso de quaterback como pasajero de la Harley. Ya, si acaso, cuando caiga la noche de nuevo, prestarás atención a lo que tiene que decir sobre la libertad y entonces pide que el sueño no se te acabe convirtiendo en desvelo. Quienes no la hayáis disfrutado, hacedlo. Puede que a partir de entonces calléis para vosotros la respuesta que habéis dado a tantas preguntas, más que nada, por vergüenza.

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