1. Mi tío Zoilo
Como si la fecha de hoy quisiera convertirse en
demandante de recuerdos, aparece su imagen. Quizás el despertar hacia un día
lluvioso haya contribuido a ello o puede que la casualidad de la causa se haya
erigido en despertadora hacia su imagen. Y lo primero que me viene a la memoria
es la brevedad de su talle y la grandeza de su talla. Menor de todos y bueno
como pocos, siguió los dictados de su corazón hasta que su corazón nos dejó por
latidos los silencios sobre la Villa y Corte. Allí encaminó sus pasos cuando
los horizontes pedían osadía y la cuna solamente legaba desesperanza. Cargó
sobre sí las obligaciones como si de ellas quisiera extraer las enseñanzas del
ejemplo que tan a menudo se desprecia. Puso la carne en el asador sin
percatarse de cuan incandescente resultaría aproximarse al fuego sin tomar las
debidas precauciones. Se sumó al rescate acarreando las sogas hacia el
precipicio del barranco y sus manos sellaron latones que poblarían alacenas. De
los marjales rescató el remedio a las sístoles y diástoles que aceleraban su
paso sin percatarse ni querer prestar oídos al origen vero de las mismas. Era
capaz de convertir el rincón de la plaza en la frontera de bienvenida a quien
decidiera aproximarse mientras la verbena seguía su ritmo. Puso tantas veces
las cartas sobre la mesa como tantas veces fue derrotado por la jugada
contraria. El pozo en mitad del páramo le sigue echando de menos y calla para
sí el grito que lo reclama. Erró en la forma mientras buscaba el acierto en el
fondo. Quiso para los que quiso un puesto en la gloria sin hacer caso a los
avisos que los recelos lanzaban. Creo que en el fondo fue consciente de ello y
sin embargo lo dio por bueno. Más que nada, porque de un ser cargado de bondad
no sería aceptable una respuesta diferente. Defraudaría y eso en él no tenía
permiso de paso ni de residencia. Se fue desde el banco de aquel parque que
quiso inmortalizarlo como estatua viva de ejemplo a seguir. Dos puntos
cardinales segmentan la fuente como si de una aguja imantada se tratase en
busca de su recuerdo. Como si la casualidad de su causa hubiese puesto el
despertador al amanecer del día de difuntos, los pespuntes de su existencia se
prenden con las velas de las ánimas que, si existe el Cielo, en el Cielo
descansan. Y entre ellas, sin duda alguna, mi tío Zoilo, el lleno de vida.
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