viernes, 2 de noviembre de 2018


1. Mi tío Zoilo


Como si la fecha de hoy quisiera convertirse en demandante de recuerdos, aparece su imagen. Quizás el despertar hacia un día lluvioso haya contribuido a ello o puede que la casualidad de la causa se haya erigido en despertadora hacia su imagen. Y lo primero que me viene a la memoria es la brevedad de su talle y la grandeza de su talla. Menor de todos y bueno como pocos, siguió los dictados de su corazón hasta que su corazón nos dejó por latidos los silencios sobre la Villa y Corte. Allí encaminó sus pasos cuando los horizontes pedían osadía y la cuna solamente legaba desesperanza. Cargó sobre sí las obligaciones como si de ellas quisiera extraer las enseñanzas del ejemplo que tan a menudo se desprecia. Puso la carne en el asador sin percatarse de cuan incandescente resultaría aproximarse al fuego sin tomar las debidas precauciones. Se sumó al rescate acarreando las sogas hacia el precipicio del barranco y sus manos sellaron latones que poblarían alacenas. De los marjales rescató el remedio a las sístoles y diástoles que aceleraban su paso sin percatarse ni querer prestar oídos al origen vero de las mismas. Era capaz de convertir el rincón de la plaza en la frontera de bienvenida a quien decidiera aproximarse mientras la verbena seguía su ritmo. Puso tantas veces las cartas sobre la mesa como tantas veces fue derrotado por la jugada contraria. El pozo en mitad del páramo le sigue echando de menos y calla para sí el grito que lo reclama. Erró en la forma mientras buscaba el acierto en el fondo. Quiso para los que quiso un puesto en la gloria sin hacer caso a los avisos que los recelos lanzaban. Creo que en el fondo fue consciente de ello y sin embargo lo dio por bueno. Más que nada, porque de un ser cargado de bondad no sería aceptable una respuesta diferente. Defraudaría y eso en él no tenía permiso de paso ni de residencia. Se fue desde el banco de aquel parque que quiso inmortalizarlo como estatua viva de ejemplo a seguir. Dos puntos cardinales segmentan la fuente como si de una aguja imantada se tratase en busca de su recuerdo. Como si la casualidad de su causa hubiese puesto el despertador al amanecer del día de difuntos, los pespuntes de su existencia se prenden con las velas de las ánimas que, si existe el Cielo, en el Cielo descansan. Y entre ellas, sin duda alguna, mi tío Zoilo, el lleno de vida.

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