1. Abilio Cerdán
Martínez
El primer recuerdo que me llega suyo viene
enmarcado entre las tapas de aquella enciclopedia Álvarez de primer grado. La
escuela que coronaba las escaleras frente al ayuntamiento veía transitar el
diario paso de las diferentes edades que allí buscábamos los conocimientos. Él
tuvo la gentileza de dejármela para poder iniciar desde allí la senda del aprendizaje
que tanto se valoraba en aquellos años. Pues, bien, así sigue, gentil como
siempre, desde siempre y para con todos. Las expectativas de futuro se le
ofrecieron más allá de las aguas y las aguas le prestaron el salvoconducto.
Tomó tierra y se hizo uno más. Como si la necesidad precisara de pasaportes,
allí, entre las calas rocosas y las bahías calmas, instaló su permanencia. Fue
y sigue siendo uno más de esos a los que la llamada les regresa de cuando en
cuando para pedirles presencias. Transcurrieron los años, ascendieron los
edificios, se poblaron las playas, y sin embargo, nunca dejó de lado el fresco
sabor de su origen. Cultivó para sí el don de gentes del que sigue haciendo
gala y con esa chulería personal que le caracteriza se abre paso para dejar
constancia de su presencia. Tuesta su piel venciendo a los propios rayos
solares como si quisiera transmutarse en el beduino de las dunas perfiladas de
sonrisas puras. Este émulo de Sempronio sería capaz de desbancar al mismísimo
Calisto que le saliese al paso sin que se diera cuenta de su derrota ante
Melibea. Labiado acostumbrado a la corte de la conquista usurparía a cualquier
don Juan la categoría que en justicia a él le corresponde mal que le pese a los
Luises Mejías de turno. Puede que de sus nicotínicas falanges descubra el arte de las relaciones para dejar
claras sus posturas. Se ha movido entre los vaivenes del norte de tal modo que
cualquiera sería incapaz de superar la viva voz que de la pantalla se le
ofrezca para ser entonada. Seguramente la costa sepa más de lo que calla y no
será cuestión de pecar de indiscreto. Resulta suficiente rédito el comprobar
cómo del regreso ha trazado un puente al que tantas veces hicieron coro quienes
bailaban al son de las verbenas. Mostró hace años la valentía y el arrojo con
el que cerrar puertas para abrir otras y sin duda alguna, sabe que el adiós
definitivo nunca se da a las nanas de tu vida. Se supo grumete de un barco
llamado aventura y sigue haciendo la travesía con el mismo espíritu que siempre
le caracterizó. Las enciclopedias, como veis, cumplieron sobradamente con su apoyo al aprendizaje; en Abilio, la
prueba.
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