1. Antonio y Manola
Una jornada más se abre paso y los balcones que
perfilan la mínima cuesta testimonian su presencia. La peña hace tiempo que dio
las campanadas horadada de vivencias que de las piñas descienden. Todo comienza
como si el tiempo se detuviese, como si no tuviera prisa, decantándose los
segundos. Han velado el sueño sobre el mural que habla de vendimias a las que
tanto tiempo tuvieron por testigo. Han recorrido la senda común de un paseo que
se reafirma en las pisadas vespertinas circundantes. Subidas y bajadas sobre
una existencia pareja que manifestó la simbiosis indisoluble de pertenencia
común. Abajo quedaron los estantes, las cuentas por abonar, las pagadas, las
paciencias. Del mostrador añejo todavía se siguen escuchando los maullidos de
la gata que dominaba la cueva ataviada con un cascabel silencioso. Ellos dijeron
tantas veces adiós que supieron guarecerse las penas que las lejanías
provocaban. Todo lo daban por bien empleado mientras las señas inequívocas del
nido quedasen patentes ante los vuelos peregrinos. Y de peregrinos se visten
como si quisieran pasar lista a los
límites que las puertas cerradas insisten en mostrar calle tras calle. Hace
tiempo que los cartuchos dejaron de compartir parajes y los ladridos ya no son
tan cercanos como antes. Ahora las escenas se exigen sobre las tablas de unas
obras convenientemente ensayadas y aplaudidas. Reciclaron calendarios como si
la negativa a quedarse obsoletos hubiera aparecido exigente ante sus inexistentes
dudas. Lucen con orgullo lo conseguido y de los posos de aquellos mostos
consiguen destilar tinajas de perseverancias. Las levaduras les acompañan como
si de una consagración se tratase en el tabernáculo de una última cena. El pan
será consagrado, repartido, compartido; el vino se sentirá sangre de su sangre
por partida doble. Allá abajo, el recuerdo anegado por las aguas, seguirá
sabiendo a melocotón. Allá arriba, comenzará el descenso hacia el salobre sabor
de un sueño que se convirtió en páramo. Nada importa cuando la importancia no
tiene permiso de entrada. Sus propios cayados son ellos mismos y cada vez que
la noche se cierre sobre las luces de la fuente, un nuevo signo de aprobación,
se dedicarán ambos. Testigos de un tiempo, de un paso, de una forma de ser.
Dinteles de una misma puerta custodiada desde el cerrojo que la firmeza de los
postulados ha sabido engrasar convenientemente. Llega la tarde. Estad atentos.
Un bastón de peregrino emprende su marcha diaria. Dos mitades de un todo le
acompañan. Son, como ya sabéis, Manola y
Antonio, mis primos. Feliz paseo.
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