1. Rafaela y Jose
Que a nadie se le ocurra añadir el apellido
italiano que muchos creerían errados que le corresponde. No, no es ni de lejos la
cantante de moda de aquellos años. Como máximo se permitirá añadirle el
diminutivo que tanto le sonaba a nana cada vez que le llegaba de los labios
maternos. Ella, Rafaela, Rafa, sabe de la importancia que tiene la entonación
adecuada cuando el arpegio exigido llega de la mano del cariño incondicional.
De siempre ha sabido licuar hacia dentro las carencias para forjar del par la
solidez de su estructura vital. Declinará los verbos que insistan en conjugarse
de modo impersonal, asépticos, terrenales. Acariciará las teclas del órgano
como si el mismísimo Maese Pérez la hubiese elegido para remarcar su
perpetuidad. Sigue siendo, siempre ha seguido siendo, quien mantuvo denticiones
primigenias con las que negar dentelladas y expandir sonrisas. Abrirá los
contrafuertes de sus sueños cada vez que desde el punto de equilibrio en el que
habita mire hacia ambos lados de la balanza y compruebe la inexistencia de un
mal calibrado. Sabrá que de la regia fortaleza caballeresca montesana le legó
un modo de entender la vida y acarrear sus consecuencias. Se emocionará cuando
compruebe en los trazos del lienzo las virtudes que de las yemas nacen para dar
testimonio de belleza. Cada día que le transcurre lo hace a sabiendas de un
próximo Enero al que incendiar de gozos festivos en mitad de la plaza. Y de
cuando en cuando volverá a comprobar si el cuadro sigue colgado boca abajo para
que nada se olvide y nada se perdone. Y a su lado, Jose, sin tilde, sin el don
que tantas veces nos dedicamos guasonamente. Quitando hierro a lo que pudiera
parecer destinado al óxido. Poniendo en valor el valor final de la ironía.
Dejando que viajen a su antojo los bisturíes, los cloroformos, hasta que vean
cuál es su resistencia. Pondrá firmes a las válvulas del enésimo turbodiesel al
que tunear entre risas de sobremesas. Diseñará bancales sobre los que enraizar
culturas y perpetuar herencias. Rememorará las mil anécdotas que una vez lo
tuvieron por testigo o protagonista. Delineará la ocurrencia inmediata con la
que expandir una brisa de carcajadas. Y llegado el ecuador de Mayo volverá a
entonar los versos que hace tanto tiempo trazaron un camino común.
Probablemente enarbole una vez más el estandarte cuatribarrado en su sonrisa
desplegada. De lo que no me cabe duda es de a quien destinó el destino aquellas
estrofas que un día entonase el trovador. Hay veces en las que las tizas dejan
de ser blancas, se visten de colores y vuelven a trazar en la pizarra un par de
nombres. Hay veces en las que se recuerda que quien formó parte de ti, si se
aleja de ti, te lleva consigo. Solo hay que esperar a que sea quince de Mayo
para comprobarlo y felicitarse por ello.
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