jueves, 9 de mayo de 2019


  1. Milagros M.

Llevaba tiempo intentando destapar los tubos cromáticos devenidos a su favor y ahora que las amapolas se disputan terrones con las espigas, cuando los cielos de Mayo se abren a la luz, cuando los campos que tanto la extrañan lo dictan, me pongo a ello. Seré lo suficientemente parcial desde la empatía que el trío de coincidencias dispone. Unas veces desde las sombras de los arrayanes, otras desde las luces del Micalet, otras tras los sonidos del piano, en todas ellas llegamos a rubricar pertenencias más próximas de lo imaginable. Ella que tan acostumbrada está a enderezar lexias sabe de la importancia que supone manejar señales para que los que comienzan a andar no den pasos en falso. Lo sabe y disfruta como quien se siente deudora hacia una profesión convertida en vocación. Quizá el diáfano perfil de su frontera vital le impide poner vallas a las esperanzas que buscan de su mano la meta a alcanzar. Supo buscar en las lomas natales el crisol del azafrán del que hurtar los estambres del buen hacer. Girará la vista, enmudecerá los reproches y no se permitirá más flaquezas que sentirse sin objetivos que cumplir. Lee como si de las entrelíneas quisiera colgar una arpillera emotiva diseñando un nido a las golondrinas perdidas. Firme pisadas que lograron ingeniar argumentos cristalinos en los inframundos no descubiertos por quienes no saben mirar de frente. Pedirá para los suyos las luminarias por estrenar para que tengan el placer de inaugurar las mechas y soñar sus deseos. Sonreirá, siempre sonreirá y dejará un legado de verdad a cuantos tengan el privilegio de serle próximos. Campillana de pro que gira la vista de sus sueños hacia el recuerdo cada vez que el verano decide despedirse un ocho de Septiembre. Ella, de cuyo nombre no podría esperarse otra cosa que su nombre dice, es la merecedora de estas líneas por más que intente ocultar el rubor que le producen mientras simula su sonrisa.

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