- Milagros M.
Llevaba tiempo intentando
destapar los tubos cromáticos devenidos a su favor y ahora que las amapolas se
disputan terrones con las espigas, cuando los cielos de Mayo se abren a la luz,
cuando los campos que tanto la extrañan lo dictan, me pongo a ello. Seré lo suficientemente
parcial desde la empatía que el trío de coincidencias dispone. Unas veces desde
las sombras de los arrayanes, otras desde las luces del Micalet, otras tras los
sonidos del piano, en todas ellas llegamos a rubricar pertenencias más próximas
de lo imaginable. Ella que tan acostumbrada está a enderezar lexias sabe de la
importancia que supone manejar señales para que los que comienzan a andar no
den pasos en falso. Lo sabe y disfruta como quien se siente deudora hacia una
profesión convertida en vocación. Quizá el diáfano perfil de su frontera vital
le impide poner vallas a las esperanzas que buscan de su mano la meta a
alcanzar. Supo buscar en las lomas natales el crisol del azafrán del que hurtar
los estambres del buen hacer. Girará la vista, enmudecerá los reproches y no se
permitirá más flaquezas que sentirse sin objetivos que cumplir. Lee como si de
las entrelíneas quisiera colgar una arpillera emotiva diseñando un nido a las
golondrinas perdidas. Firme pisadas que lograron ingeniar argumentos cristalinos
en los inframundos no descubiertos por quienes no saben mirar de frente. Pedirá
para los suyos las luminarias por estrenar para que tengan el placer de
inaugurar las mechas y soñar sus deseos. Sonreirá, siempre sonreirá y dejará un
legado de verdad a cuantos tengan el privilegio de serle próximos. Campillana
de pro que gira la vista de sus sueños hacia el recuerdo cada vez que el verano
decide despedirse un ocho de Septiembre. Ella, de cuyo nombre no podría
esperarse otra cosa que su nombre dice, es la merecedora de estas líneas por
más que intente ocultar el rubor que le producen mientras simula su sonrisa.
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