1. Jolly
y Estefi
La verdad es que solamente el hecho de nombrarlas despereza mi
sonrisa y los adjetivos, los múltiples calificativos, los innumerables
epítetos, se agolpan como queriendo tomar posiciones. Este dúo de similitudes
es tan similar y a la vez tan dispar que no sé exactamente cómo empezar a
trazarles su perfil sin que suene a reiterativo. Porque en definitiva,
reiterativa es la pose con la que se enfrentan a las circunstancias del día a
día. Este par de vestales marmóreamente diseñadas desde el pincel de la hipérbole
no sería capaz de permanecer demasiado lejos la una de la otra sin que se
notase la cojera del impar. Viven como si le debieran a la vida las campanadas
de un Big Ben con tic tac de adopción. De las raíces de las encinas a las ramas
de los pinos todo un compendio de savias se aglutina a la espera de brotarles
como ocurrencia festiva, indómita, inconformista, veraz. Sacerdotisas de Isis a
la espera la enésima crecida del Nilo del divertimento sucumben ante las
naderías para dejarles un poso de desprecio elegante más propio de las
bambalinas que del escenario en sí. Petálidas plúmbeas del cárdeno páramo en
cuyas encinas el corcho se mece y espera. Níveas hadas del paraíso con sabor a
infierno del que redimir aburrimientos mientras la pátina decolora la tez de
Mary sin ella saberlo. Oro y cobre fusionados en la marmita del alquimista a la
espera de la piedra filosofal que las haga inmortales de la mano del Melquíades
bienhallado. Una reclamará para la otra y entre ambas darán colorido al vuelo
de las aves en el sempiterno sueño de una noche de verano. Pondrán firmes a los
acentos para que ninguno sea demasiado soberbio, engreído o sobredimensionado.
Y de la chanza buscarán el paso de la barcaza que las haga surcar los mares
como si de un charco lluvioso se tratase. Podrían prestarse a ser los
mascarones de proa de un buque majestuosos siempre y cuando el rumbo lo marcase
la inoportunidad inesperada. Jugarán a nones las posesiones de un trono sobre
el que clavar espadas sarcásticas a los advenedizos que quisieran usurpárselo.
Serán, siempre lo han sido, la cara y cruz de una misma moneda, el haz y envés
del que destilar clorofilas, el alfa y omega de un destino que hace tiempo se
cruzó y del que me precio ser testigo privilegiado. Ellas, que tildan
monosílabos si es que resumen totales, ellas, son la Thelma y Louise de un
viaje inacabado a las que perseguirán las envidias de quienes no son capaces de
vivir caligrafiando sus propias reglas. Si alguna vez las notáis ausentes sabed
que siguen buscando al petit lapin que se perdió en el jardín de las hespérides
y aún no ha regresado.
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