1. Pilar Ch.
Existen personas a las que nada más aparecer ante ti parece que
las conoces de toda la vida. Como si algo en ellas te recordara a alguien. Como
si algo en su manera de actuar te sonara cercano. Como si su modo de sonreír
actuase de maestro de ceremonias ante la innecesaria presentación. Pues así,
así es Pilar. Un torbellino risueño que envuelve entre sus rizos una alegría
tan manifiesta como escasa en la actualidad. Una mujer que ase a la manivela de la ironía para darle la
vuelta y que la ironía ascienda a sarcasmo y se alegre de tal cambio. Capaz de
declararse contrabandista a nada que la ocasión lo merezca y el desfile lo
requiera. Inquieta guía de aquellos que no saben aún qué camino seguir entre
tantos marasmos que la dudas les ofrecen. Ella, leona indómita de sus
esperanzas, marcará las rutas y ofrecerá su cayado cierto para evitarles
descalabros. Desplegará la pantalla como si de una capitana pirata se tratase
en busca de la ruta de navegación que la jornada precise. La seda viva de su
atuendo ondeará al viento mientras ella gira suavemente el timón del galeón que
la obedece. Allí, la bitácora de abordo, carecerá de herrumbres a las que
culpar. No permitirá que los remos del esfuerzo inútil carguen con la labor que
a los alisios le corresponde. Del manual de su sapiencia abrirá el lagar desde
donde escanciar los mostos a la espera de fermentación. Genes ruzáfidos que se
entrelazaron con senda en las que cortejar a las marjales le fueron adhiriendo
una casaca de verdad que pocas veces comprobamos. Lucirá de sí misma el
tornasol que el pintor de primaveras soñaría para su lienzo. Nada la detendrá.
Ni siquiera el esfuerzo de las púas por alisar sus pensamientos tendrá en ella
su recompensa. Dunas de ébano que el viento traza a su antojo con la aviesa
intención de izar el estandarte libertario e inmortal. Ella no mira, ve. Y ve
más de lo que cuenta para no desvelar secretos que solo a ella le competen. Si,
seguro que sí, existen persona a las que nada más ver jurarías conocer de toda
la vida. En Pilar, la prueba. Acaba de sonar una melodía y se ha puesto a
bailar. Dejo a juicio de cada quién el calificativo que se merece y que a mí,
involuntariamente, se me ha escapado. Mientras tanto, sus ojos siguen fluyendo
hacia el misal que tras los versículos de las teclas le refrescan sus
inexistentes dudas.
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