1. Migue Ang G.
No va a ser fácil lograr que se quede quieto, que
pose, que se inmovilice. No será fácil, no. Este que tantas jornadas compartió
dejó claras sus opciones que el no reposo lo tomó como ejemplo y en ello sigue.
Dará lo mismo si es sobre la pista de tartán, sobre la senda de los guijarros o
sobre el tapiz que el asfalto disponga. La cuestión será no darse ni un respiro
por si el reposapiés de su misma pausa considera que la meta ya ha sido
alcanzada. Craso error si así lo percibe. Migue no tardará demasiado en
dedicarle entre aspavientos la sentencia muda acompañada de la mirada
inquisitiva que firme el lema rubricando
el “ni de coña” que tanto lo identifica. Pensará que la retórica culterana es
una pérdida de tiempo y en base a ella el resumen se le hace imprescindible.
Irá al grano y pedirá que el grano se deje de circunloquios que él tiene otros
menesteres a los que atender. Este culo inquieto está tan habituado al postureo
angulado sobre el sillín que sus monturas parecerán más propias del enésimo
cabalgador que del pretérito juglar que tan antípodo le resulta. Empiezo a
comprobar cómo de su propio esbozo está comenzando a piafar entre risas y calando
sus pedales valora la posibilidad de salir cortando al grito de “que te den,
mamonazo”. Posiblemente una nueva cota superior al siete por ciento de
pendiente está pendiente de ser coronada y las reflexiones las guardará para el
linimento oportuno si llegara el caso. Águila de vuelo perpetuo que se sienta
sobre las bases de un nido escarpado sobre la caldera que le llama incesante a
ser recorrida. Y mientras tanto, mientras un nuevo reto se le presente de
sopetón, soñará con el triunfo del ciego vuelo que dormita boca abajo a la
espera de ser hecho realidad. Es de los que montan las tarimas de su existencia
sobre el trípode que le hace permanecer equilibrado. Y por muy volátil que
suene el viento siempre será capaz de cambiar de aires para reconvertirlo a
favor. Este émulo del etíope victorioso prefiere las distancias cortas sobre
las que manifestar su poderío. Si el perfil de sus Termópilas personales
esconde un desfiladero más o menos peligroso solamente él sabrá valorarlo. De lo
que no cabe duda, por más tiempo que pase, es que es un tipo al que siempre se
le echa de menos de cada vez que un tatuaje aparece en el antebrazo del
camarero al que jura haber visto en la cola del dispensario de la metadona. Él
sabrá por qué lo dice.
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