jueves, 9 de mayo de 2019


  1. Eufrasio



Con unos días de retraso me ha llegado el aviso de tu adiós, amigo mío. Y como si no acabase de creérmelo he pausado los segundos del reloj para recomponer los retazos de tu imagen tantas veces adherida a la cal de una pared que esperase la llegada del verano. Allí, debajo del balcón de madera que mira a las lavandas de la fuente, como tantos otros llegabas, te hacías hueco y dabas paso a la plática del mediodía. No, no eras de los que buscaban confrontar opiniones de las que extraer aprendizajes. Tú, errado para unos, certero para otros, te lanzabas al ruedo de ese senado abierto y discernías verdades que para otros no lo eran. Poco importaba en apariencia la imagen que de sí se traslucía. Eras, y seguro que sigues siendo estés donde estés, el reflejo del escorpión que siempre tiene su aguijón presto para buscar dianas. Sabías que los horizontes estaban por trazar más allá de las componendas que las normas bien aceptadas la sociedad permite. Sí, seguro que sabes que contigo viajaron errores a los que simulabas no dar crédito y sin embargo laceraron más de lo que te imaginas o en general se cree. Dejaste discurrir a lo largo de tu cauce tantas aguas que no supiste o no quisiste parecerte al castor que embalsa sus refugios. De ti la vida se descolgaba como se descuelgan las sombras de una higuera sin podar, sin apenas cuidar, que da frutos a pesar de todo. Y de tus razones dictaste un credo al que seguir o al que rechazar pero nunca ignorar por anodino.  Has bajado la bandera de la penúltima carrera mientras los galones te recuerdan que las órdenes se cumplen por mucho que no te convenzan. Dejas a pies de los naranjos los restos de unas semillas que seguirán dando fruto a lo largo del tiempo. Quizás en un intencionado descuido encuentres a alguien con quien compartir descafeinado a la luz de la farola de un relente de agosto. Si llegara el caso, dile que no se vanaglorie de ser quien mejor te conoce. Recuérdale que no hace tantos veranos, este que se precia de ser tu amigo, tuvo el privilegio de ser el  oído comprensivo de las razones de tu garganta. Quizás aquel reflejo cristalino que manó de tu mirada dijo más de ti de lo que tú mismo hubieras querido dar a conocer. Sea como fuere, te echaré de menos, te lo aseguro. Probablemente cuando busque más arriba del yugo que cuida del abrevadero de San Roque las señales de tu llegada encuentre consuelo al mentirme y pensar que has retrasado tu venida voluntariamente.

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