- Eufrasio
Con unos días de retraso me ha llegado el aviso de tu adiós,
amigo mío. Y como si no acabase de creérmelo he pausado los segundos del reloj
para recomponer los retazos de tu imagen tantas veces adherida a la cal de una
pared que esperase la llegada del verano. Allí, debajo del balcón de madera que
mira a las lavandas de la fuente, como tantos otros llegabas, te hacías hueco y
dabas paso a la plática del mediodía. No, no eras de los que buscaban
confrontar opiniones de las que extraer aprendizajes. Tú, errado para unos,
certero para otros, te lanzabas al ruedo de ese senado abierto y discernías
verdades que para otros no lo eran. Poco importaba en apariencia la imagen que
de sí se traslucía. Eras, y seguro que sigues siendo estés donde estés, el
reflejo del escorpión que siempre tiene su aguijón presto para buscar dianas.
Sabías que los horizontes estaban por trazar más allá de las componendas que
las normas bien aceptadas la sociedad permite. Sí, seguro que sabes que contigo
viajaron errores a los que simulabas no dar crédito y sin embargo laceraron más
de lo que te imaginas o en general se cree. Dejaste discurrir a lo largo de tu
cauce tantas aguas que no supiste o no quisiste parecerte al castor que embalsa
sus refugios. De ti la vida se descolgaba como se descuelgan las sombras de una
higuera sin podar, sin apenas cuidar, que da frutos a pesar de todo. Y de tus
razones dictaste un credo al que seguir o al que rechazar pero nunca ignorar
por anodino. Has bajado la bandera de la
penúltima carrera mientras los galones te recuerdan que las órdenes se cumplen
por mucho que no te convenzan. Dejas a pies de los naranjos los restos de unas
semillas que seguirán dando fruto a lo largo del tiempo. Quizás en un
intencionado descuido encuentres a alguien con quien compartir descafeinado a
la luz de la farola de un relente de agosto. Si llegara el caso, dile que no se
vanaglorie de ser quien mejor te conoce. Recuérdale que no hace tantos veranos,
este que se precia de ser tu amigo, tuvo el privilegio de ser el oído comprensivo de las razones de tu
garganta. Quizás aquel reflejo cristalino que manó de tu mirada dijo más de ti
de lo que tú mismo hubieras querido dar a conocer. Sea como fuere, te echaré de
menos, te lo aseguro. Probablemente cuando busque más arriba del yugo que cuida
del abrevadero de San Roque las señales de tu llegada encuentre consuelo al
mentirme y pensar que has retrasado tu venida voluntariamente.
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