1. Felipe
Así, sin más, Felipe, el gran Felipe. Quien es
capaz de darle marro al tiempo para que sepa el tiempo quien manda. Quien es
capaz de renovar los caballones para seguir dándoles vida a nada que El Pozo de
la Balsa se ofrezca a ello. Quien es capaz de mantener un diálogo con el animal
que le sirve de apoyo y compañía. Quien es capaz de cautivarte con esa achinada
mirada cada vez que la picadura busca sus labios y las nicotinas se
reverencian. Quien es, quien sigue siendo, la mitad de un todo que dejó huella
de verdad entre todos los que fuimos y todavía somos testigos de su presencia.
Capaz de dormitar sobre la caja de un camión a la espera del amanecer que le
encaminara a la jornada laboral. Capaz de entonar como solamente los grandes
saben hacerlo el cante jondo de la copla doliente. Todo esto y algo más que se
me escapa es Felipe. Dueño y señor de las cuestas que maneja a su antojo para
demostrarles el sentido último de su fortaleza. Otea las nubes y de sus
presagios se extraen lecciones. Pebetero de un templo al que ningún acceso se
le permitirá si busca las fisuras de las columnas. Él, sumo sacerdote de un
catecismo carente de penitencias, sabrá que de su tiara se expanden los
mandamientos destinados a las gentes de bien. No habrá nadie capaz de poner en
duda los dogmas que de sus actuaciones se muestran. Predica con el ejemplo y
más allá de la chanza momentánea un ser excepcional aparece y se renueva. Calmo
como el vuelo de las aves que repudian las carroñas. Firme como los pasos del
argonauta que mantiene equilibrios sobre el navío amenazado en mitad de las
tormentas. Recto como el jinete que se sabe centauro a nada que la ocasión lo precise
y el campo se le ofrezca. Trovador de sueños a los que los sueños mecen y a los
no soñadores compadecen. Grande entre los grandes al que tenemos la suerte de
compartirle espacios cada vez que las golondrinas regresan, las habas se granan
y las panochas se preñan. Icono de un modo de ser que pide a gritos desde la
sencillez la entonación de su grandeza. Busto en el que reflejarse cuando las
dudas se adhieren buscando razones que no acaban de encontrar los que perdidos
caminan y se refugian en disfraces de medianías. Filípides de una maratón
llamada vida cuya meta nadie sabe ni quiere saber a qué distancia se encuentra.
Amo y señor de su tiempo al que no se le conocen enemigos. Será por algo.
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