1. Carmen y Luis
Formaban ese dúo indisoluble que se anuda más allá
de lo esperado y hoy en día cojeando perdura. De nada le ha servido al
calendario intentar cubrir de luto la ausencia cada vez que la tarde se tiende
por la subida de San Blas. De nada le sirve a los mostos echar de menos los
trasiegos que se vendimiaron a la espera de dar color a las mesas y sabor a los
hules. Él, atento al grifo, colocaba la espita dejando burbujear al ritmo del
vale sellado de cada quincena. De su bolsillo nacía el pitillo que aguardaba
turno mientras sus yemas firmaban las arrugas dactilares de labores ingratas
constantes. La boina ladeada de modo coqueto como queriendo ganarle centímetros
a las nubes. La pana arropando los poros de una piel acostumbrada al
sacrificio. Ella, dejando pasar la vida, sentada en el banco que custodia la
higuera, parece rememorar tiempos de esperanzas, Calla para dentro los
sinsabores de una pérdida para que la flaqueza no le llegue. Asirá la cruz de
la procesión como si quisiera pedirle justificaciones mientras desliza sus
pasos. Pedirá el óbolo adentrándose en la nave a mitad de la eucaristía como si
de la necesidad se buscase la virtud y de la virtud el cariño. Firme como los
basaltos de una cantera que habituada está a los cinceles de la chanza sin ser
conscientes de la inexistencia de una veta que le reste solidez. La cuesta se
empeña infructuosamente en ralentizarle sus ascensos. Ella, como dueña absoluta
de sí misma, bateará los saltos del infortunio como si desconociera el sentido
definitivo de las respuestas que no le llegan. Ha relevado el turno al bastón
que Marcelina exhibiera y desde las inexistentes almenas del imaginario
castillo se muestra retadora a los vaivenes dulces de su insulina. Noble desde
la sinceridad que la reviste echa a faltar y calla las balas de una pistola que jamás dio paso a
la pólvora que pudiese causar daño. A nada que te descuides, las pámpanas y los
tronchos regresarán a su lado. Puede que sean quienes más entienden del sentido
supremo que encierra el cariño. Puede que sepan más de sus silencios que a muchos
se nos escapan. Puede que el mismísimo barranco vuelva a vestirse de verde y
sepa dedicarle el frescor que merece. Mientras ese momento llega, el sol
decidirá cruzar una vez más por la calle que le da nombre y seguro que lo
recibe como siempre suele hacer, sonriendo.
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