martes, 28 de mayo de 2019


1. Carmen y Luis


Formaban ese dúo indisoluble que se anuda más allá de lo esperado y hoy en día cojeando perdura. De nada le ha servido al calendario intentar cubrir de luto la ausencia cada vez que la tarde se tiende por la subida de San Blas. De nada le sirve a los mostos echar de menos los trasiegos que se vendimiaron a la espera de dar color a las mesas y sabor a los hules. Él, atento al grifo, colocaba la espita dejando burbujear al ritmo del vale sellado de cada quincena. De su bolsillo nacía el pitillo que aguardaba turno mientras sus yemas firmaban las arrugas dactilares de labores ingratas constantes. La boina ladeada de modo coqueto como queriendo ganarle centímetros a las nubes. La pana arropando los poros de una piel acostumbrada al sacrificio. Ella, dejando pasar la vida, sentada en el banco que custodia la higuera, parece rememorar tiempos de esperanzas, Calla para dentro los sinsabores de una pérdida para que la flaqueza no le llegue. Asirá la cruz de la procesión como si quisiera pedirle justificaciones mientras desliza sus pasos. Pedirá el óbolo adentrándose en la nave a mitad de la eucaristía como si de la necesidad se buscase la virtud y de la virtud el cariño. Firme como los basaltos de una cantera que habituada está a los cinceles de la chanza sin ser conscientes de la inexistencia de una veta que le reste solidez. La cuesta se empeña infructuosamente en ralentizarle sus ascensos. Ella, como dueña absoluta de sí misma, bateará los saltos del infortunio como si desconociera el sentido definitivo de las respuestas que no le llegan. Ha relevado el turno al bastón que Marcelina exhibiera y desde las inexistentes almenas del imaginario castillo se muestra retadora a los vaivenes dulces de su insulina. Noble desde la sinceridad que la reviste echa a faltar y calla  las balas de una pistola que jamás dio paso a la pólvora que pudiese causar daño. A nada que te descuides, las pámpanas y los tronchos regresarán a su lado. Puede que sean quienes más entienden del sentido supremo que encierra el cariño. Puede que sepan más de sus silencios que a muchos se nos escapan. Puede que el mismísimo barranco vuelva a vestirse de verde y sepa dedicarle el frescor que merece. Mientras ese momento llega, el sol decidirá cruzar una vez más por la calle que le da nombre y seguro que lo recibe como siempre suele hacer, sonriendo.

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