miércoles, 8 de mayo de 2019


1. Jürgen Klopp


Desde siempre me ha llamado la atención el hecho de ver a los entrenadores de fútbol trajeados a ras de césped. Como si quisieran manifestarse de un modo muy diferente a lo que sus pupilos delinean sobre el rectángulo, la mayoría, de modo voluntario o sibilinamente impuesto, la mayoría lucen corbatas o cuellos libres protegidos, eso sí, por el traje de dos o tres cuerpos convenientemente sastreado. De ahí que la imagen de este entrenador me resulte cuando menos simpática. Él, como los suyos, de chándal, con zapatillas, como si quisiera recordar sus tiempos de futbolista y manifestarse mimético elemento de un equipo al que dirige. Y vaya forma de dirigirlo. Teutón convencido del triple lema kubaliano que apostaba por querer, poder y saber a la hora de encaminarse al centro del campo. Káiser capaz de limar derrotas llegadas por decisiones arbitrales en contra o fallos increíbles de su guardameta. Mariscal de cuya gorra se descuelgan los galones no impuestos para que todo el mundo interprete el sentido de equipo que de sí trasluce. Este Karajan pelotero no precisará de fichajes ultramillonarios para cubrirse las espaldas ante posibles fracasos. Sabe a qué juega y sabe qué piezas necesita mover en las casillas del damero verde. Posiblemente, y dado el lugar desde el que muestra su sapiencia, antes de saltar al campo entone como quinto beatle una versión personal titulado “All you need is goals” y todos le sigan los coros. Una vez más anoche saltaron al campo la ambición envuelta en un equipamiento rojo cargada de fe. Nuevamente el “You´ll never walk alone” resonó ante las pupilas de quienes amamos el fútbol por encima de los apasionamientos de nuestros colores y la envidia se apoderó de muchos de nosotros. Hoy, muchos se alegrarán, otros maldecirán su suerte, otros rememorarán momentos a modo de venganza. Pero lo que nadie podrá negar si es que ama  este deporte es que gracias a un nibelungo con pinta de estar a punto de aterrizar en busca del sol, el fútbol de vistió de gala. Ahora se entiende su negativa a ocupar banquillos que son dirigidos desde las altas esferas que los palcos acristalados lucen en otros estadios. Así les va a unos y así les regresa a otros. Tras esas gafas de metacrilato propias de un intelectual coqueto se esconde un Aladino que de cuando en cuando saca a pasear al genio que lleva dentro y nos deja con la boca abierta y el aplauso desplegado.

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