1. Jürgen Klopp
Desde siempre me ha llamado la atención el hecho de
ver a los entrenadores de fútbol trajeados a ras de césped. Como si quisieran
manifestarse de un modo muy diferente a lo que sus pupilos delinean sobre el
rectángulo, la mayoría, de modo voluntario o sibilinamente impuesto, la mayoría
lucen corbatas o cuellos libres protegidos, eso sí, por el traje de dos o tres
cuerpos convenientemente sastreado. De ahí que la imagen de este entrenador me
resulte cuando menos simpática. Él, como los suyos, de chándal, con zapatillas,
como si quisiera recordar sus tiempos de futbolista y manifestarse mimético
elemento de un equipo al que dirige. Y vaya forma de dirigirlo. Teutón
convencido del triple lema kubaliano que apostaba por querer, poder y saber a
la hora de encaminarse al centro del campo. Káiser capaz de limar derrotas llegadas
por decisiones arbitrales en contra o fallos increíbles de su guardameta. Mariscal
de cuya gorra se descuelgan los galones no impuestos para que todo el mundo
interprete el sentido de equipo que de sí trasluce. Este Karajan pelotero no
precisará de fichajes ultramillonarios para cubrirse las espaldas ante posibles
fracasos. Sabe a qué juega y sabe qué piezas necesita mover en las casillas del
damero verde. Posiblemente, y dado el lugar desde el que muestra su sapiencia, antes
de saltar al campo entone como quinto beatle una versión personal titulado “All
you need is goals” y todos le sigan los coros. Una vez más anoche saltaron al
campo la ambición envuelta en un equipamiento rojo cargada de fe. Nuevamente el
“You´ll never walk alone” resonó ante las pupilas de quienes amamos el fútbol por
encima de los apasionamientos de nuestros colores y la envidia se apoderó de
muchos de nosotros. Hoy, muchos se alegrarán, otros maldecirán su suerte, otros
rememorarán momentos a modo de venganza. Pero lo que nadie podrá negar si es
que ama este deporte es que gracias a un
nibelungo con pinta de estar a punto de aterrizar en busca del sol, el fútbol
de vistió de gala. Ahora se entiende su negativa a ocupar banquillos que son
dirigidos desde las altas esferas que los palcos acristalados lucen en otros
estadios. Así les va a unos y así les regresa a otros. Tras esas gafas de metacrilato
propias de un intelectual coqueto se esconde un Aladino que de cuando en cuando
saca a pasear al genio que lleva dentro y nos deja con la boca abierta y el
aplauso desplegado.
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