Rato
Reconozco que una de las mayores
diversiones que existen es la de pasar el rato. Nada te obliga, nada te
apremia, nada te acucia. Pasas el rato y se convierte en una eternidad lúdica
que no precisa de mayores explicaciones. Un lujo, sin duda. O te decantas por
el enésimo crucigrama que dejarás como los previos sin acabar, o te embarcas en
una lectura del horóscopo que olvidarás de inmediato, o te decides a hojear la
publicidad que ha invadido tu buzón en busca de tu atención. Lo dicho, pasas el
rato, y todo permanece ajeno a ti. Un bálsamo temporal se adueña de tu
existencia y asciendes al nirvana del ganseo como alma pura, incotaminada,
dueña de sus actos. Y en ese estado catatónico recuperas las energías que
pensaban agotadas quienes te creyeron vencido y tomas impulso. Engarzas un
argumento de silencio con otro y a este otro le añades el siguiente hasta
completar una cadena que solo precisa de un enganche adecuado. No eras y te has
convertido en el orfebre que ni soñabas ser y desde la osadía soberbia que te
otorga tal visión de ti mismo, te envalentonas y abres los ojos a la luz que
hasta entonces vivía en la penumbra. Te miras al espejo y todo cuadra. Vuelves
a ser el que siempre fuiste y nada ni nadie te va a increpar sin pagar las
consecuencias. Ensayas el “usted no sabe con quién está hablando” y a la
tercera vocalización notas creíble el
axioma. Que abran la puerta de toriles que ya te sitúas tú para recibir a los
morlacos a porta gayola. Tu genuflexa postura no deja de ser momentánea y al
primer embiste esquivas al astado desde la burla del capote. Un artista, sí
señor, un artista. Sigues pasando el rato, pero esta vez, decides ampliarlo.
Miras por encima del hombro con la suficiencia que te otorgas y anteayer te invistió
y sigues adelante.”¿Algún problema?”, sueltas a la concurrencia que permanece
absorta ante tu postura. Se invierten las tornas y la huida hacia delante sale
al encuentro de quienes buscaban respuestas. No pasa nada. Nunca pasa nada.
Nunca dejarás o dejarán que pase nada porque la nada es el espacio en el que
permanece el delito, el fraude, el engaño. Trileras como el más avezado de los crupieres y sabes que en alguna mesa cubierta de fieltro
verde algún incauto caerá en la trampa. Posiblemente no supo valorar cuanto valía
su rato y en vez de meditar se dejó mecer por los cantos de sirena a toque de
campana. Verde, eso sí, muy verde. Tan verde como la esperanza depositada en
aquellos que invirtieron sus ratos en barajar los naipes marcados para exclamar
una increíble sorpresa. Total, ¿qué puede pasar? Quizás vuelvas un rato a permanecer
con otros cuyos ratos se suman para irse restando y emerger victoriosos a la
superficie a la mayor brevedad. Tranquilo, tu equilibrio está asegurado. Tan
solo has provocado en los incautos un mal rato que les dibujó un futuro
incierto. El único problema es que ese rato para ellos es eterno y no
encuentran explicación posible a tal desajuste de tiempos.
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