No sé qué pedir
Sinceramente, no sé que pedir como
sorpresa esta noche. Si paso revista a los cajones me doy cuenta de que podría
montar un comercio de calcetines y hacerle sobrevivir varias generaciones. Si
echo un vistazo al corbatero, parece que me he dedicado a robarlas y
almacenarlas sin más uso que uno única vez. Si paseo por los espacios de la
tecnología, dadas mis mínimas habilidades sobre la misma, con lo que hay, me
basta y sobra. Si repaso las estanterías de los libros, observo que están los
que merecen estar y hasta próximas lecturas no me atrevo a añadir medianías. Si
repaso los distintos destinos a los que podría embarcarme siempre sale alguna
pega para aplazar el inicio del viaje hasta que el tiempo levante. De las
colonias, mejor no hablar; tampoco soy de andar por ahí como un ambientador. Si
bajo hasta los dominios de Margaret, mi adorada Margaret, contemplo como sus veintidós
años apenas le han pasado factura, que nos seguimos entendiendo perfectamente y
que no solicita ningún aditivo más a su esbelta figura de acero. De videojuegos
y tal, mejor pasar; me quedé en aquellas máquinas de los recreativos y
cualquier otro divertimento me resulta artificial. Relojes acumulo más que
horas, así que descartados. De modo que empiezo a pensar que soy o un soso o un
sobrado. Puede que ambas cosas a la vez y de ahí mi duda permanente. Si al
menos tuviese alguna cualidad artística, un caballete pictórico, un torno
alfarero o unas partituras musicales podrían servirme. Pero nada. No me veo a
menos que quiera hacer el ridículo. Lo de convertirme en cocinero o
especialista de algo desconocido como que no. Y por supuesto, de karaokes, ni
hablar. Así que, a punto de aparecer por el balcón aquellos que tendrían que venir
cargados de regalos, aquí estoy sumido en la apatía de tener que agradecerles el
esfuerzo empleado y la poca ilusión al recibirlos. No me va a quedar más remedio que salir como
alma que lleva el diablo a ver si en algún escaparate, en alguna estantería, en
algún rincón olvidado, algo reclama mi atención. Por cierto, acabo de ver pasar
a unos chavales patinando y creo que ya lo tengo. Si dentro de un tiempo aparezco con muletas,
ya sabéis cuál fue el motivo. Solo espero que las rodillas dejen de lado sus
avisos artríticos y me permitan al menos por esta vez intentar regresar a los
años de la inconsciencia y del capricho. Creo que he sido bueno y me he portado
bien. Pero solo lo creo yo.
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