Toni
Pons, el hipnotizador
Reconozcámoslo, cada vez que aparece ante nosotros
un hipnotizador desconfiamos. O creemos que está compinchado con el público o
que no será capaz de hacernos caer en sus artes por más que lo intente. Así que
llega el día en el que la sorpresa llega como sobremesa festiva y allá que te
presentas a ver su espectáculo. Bueno, tú y toda una legión de seguidores con
las mismas interrogantes que tú a la espera de ser resueltas. No es que tengas
el cuerpo como para someterte a ser conejo de indias pero aún así te acomodas y
dejas que los minutos transcurran. Piensas que ante ti se ha presentado el
calvo de la lotería y sin duda traerá la suerte en forma de sorpresa a la
agnosis que te recubre. Y empieza el espectáculo. Y con él empiezas a sentir
que más de un centenar de voluntarios fusionan sus palmas sin ser capaces de
despegarlas sin motivo racional alguno. Algo pasa y estás siendo testigo del
poder de la sugestión que Toni Pons dirige. Poco a poco la sorpresa va
creciendo y dejando de lado la chabacanería propicia en tales eventos y que se
negó antes de empezar la función. Aquellos que siguen siendo partícipes de la
puesta en escena se convierten sin darse cuenta en colaboradores absortos de la
batuta de este genio. Unos ríen, otros tiritan, otros sudan, todos nos sorprendemos.
Miramos a nuestro alrededor para comprobar si somos los únicos sorprendidos y la
respuesta es no. Un coro silencioso aplaudiendo una y otra vez de no deja lugar a la duda por más que la duda
del cómo siga paseándose a sus anchas. Nada de atuendos pseudoesotéricos que
hagan ver lo que no se ve. Un tipo normal que podría ser uno más de los que allí
estamos ejerciendo de sus dones para sumirnos en el asombro. Y como remate
final, si es que aún se necesitasen más pruebas, la alfombra tejido con vidrios
rotos ofreciéndose a un pase propio con los pies descalzos. Él, que minutos
antes ha traspasado brazos con agujas sin causar dolor alguno, ahora se
desplaza por semejante césped vítreo y el dolor ni aparece ni se le espera. No
solo él, sino también aquella que parece incrédula y que deja de serlo a los
cinco minutos. Lo dicho, si no lo veo, también lo creo. Sobre todo a partir de
haber sido testigo directo del poder mental que es capaz de amortiguar o
eliminar sensaciones que tantas veces consideramos invencibles, y que en manos
expertas, lo dejan de ser.
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