martes, 23 de enero de 2018


Toni Pons, el hipnotizador


Reconozcámoslo, cada vez que aparece ante nosotros un hipnotizador desconfiamos. O creemos que está compinchado con el público o que no será capaz de hacernos caer en sus artes por más que lo intente. Así que llega el día en el que la sorpresa llega como sobremesa festiva y allá que te presentas a ver su espectáculo. Bueno, tú y toda una legión de seguidores con las mismas interrogantes que tú a la espera de ser resueltas. No es que tengas el cuerpo como para someterte a ser conejo de indias pero aún así te acomodas y dejas que los minutos transcurran. Piensas que ante ti se ha presentado el calvo de la lotería y sin duda traerá la suerte en forma de sorpresa a la agnosis que te recubre. Y empieza el espectáculo. Y con él empiezas a sentir que más de un centenar de voluntarios fusionan sus palmas sin ser capaces de despegarlas sin motivo racional alguno. Algo pasa y estás siendo testigo del poder de la sugestión que Toni Pons dirige. Poco a poco la sorpresa va creciendo y dejando de lado la chabacanería propicia en tales eventos y que se negó antes de empezar la función. Aquellos que siguen siendo partícipes de la puesta en escena se convierten sin darse cuenta en colaboradores absortos de la batuta de este genio. Unos ríen, otros tiritan, otros sudan, todos nos sorprendemos. Miramos a nuestro alrededor para comprobar si somos los únicos sorprendidos y la respuesta es no. Un coro silencioso aplaudiendo una y otra vez de   no deja lugar a la duda por más que la duda del cómo siga paseándose a sus anchas. Nada de atuendos pseudoesotéricos que hagan ver lo que no se ve. Un tipo normal que podría ser uno más de los que allí estamos ejerciendo de sus dones para sumirnos en el asombro. Y como remate final, si es que aún se necesitasen más pruebas, la alfombra tejido con vidrios rotos ofreciéndose a un pase propio con los pies descalzos. Él, que minutos antes ha traspasado brazos con agujas sin causar dolor alguno, ahora se desplaza por semejante césped vítreo y el dolor ni aparece ni se le espera. No solo él, sino también aquella que parece incrédula y que deja de serlo a los cinco minutos. Lo dicho, si no lo veo, también lo creo. Sobre todo a partir de haber sido testigo directo del poder mental que es capaz de amortiguar o eliminar sensaciones que tantas veces consideramos invencibles, y que en manos expertas, lo dejan de ser.   

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