Estoy
mucho mejor
Bueno,
así de sopetón, no es que le título anticipe algo novedoso. Una novela,
diríamos cotidiana, en la que las relaciones de dos matrimonios cuarentones se van
deslizando a través de sus páginas hacia sus miserias y sus virtudes. Unas miserias no
especialmente dolosas como si David Foenkinoss no se atreviese a usar el bisturí. Una mezcla de problemas laborales
que viene a sumarse a los propios de la convivencia que se muestra tan
previsible como insulsa. Los reproches son cribados por la forma cordial de la
buena educación y sobre las traiciones laborales se vuelca la vagoneta de la culpabilidad.
Dolores somatizados al más puro estilo de la sociedad occidental y correcta en
las que más de uno puede sentirse retratado. Nada de salirse de madre más allá
de lo que la escena de un anuncio veraniego televisivo pudiera idear. Hijos
crecidos que abandonaron el nido y que dejaron sobre los progenitores esa
pátina de orfandad en sentido creciente. Un protagonista apocado que ha ido
asimilando día a día sus negatividades para no desentonar con el decorado que teatraliza
su vida. Discreto encanto burgués que suena a chicle de fresa a punto de
reventar una de sus pompas. Adolescentes que dejaron de serlo y que viven en
ese punto de desequilibrio que la cuarentena se niega a admitir. Son demasiado
jóvenes para mirar por encima del hombro y demasiado viejos como para no ser
mirados con lástima. Una reflexión cogida con pinzas para no herir
sensibilidades que pudiesen rechazar, de pleno,
esta mirada sobre el espejo. Quizás se echa a faltar alguna pista más
sobre ese camino emprendido de quemar las naves al traspasar el cuarto decenio
de vida. No sé, un cambio de peinado, unos tatuajes, un imparable deseo de
crear músculo o aprender a bailar ritmos caribeños…..Quizás no fue lo
suficientemente premonitoria y necesita de una revisión actualizada. Sea lo que
sea, lo cierto y verdad es que, cuando un dolor aparece y el origen no se
localiza, igual el cerebro es el causante del mismo y no nos damos cuenta. Por
eso, queridos míos, si el paréntesis de edad está enmarcado en el mismo del
protagonista y sus amigos, mi consejo es que os hagáis con un diván de Le
Corbusier , y entonces, solo entonces empecéis a leerlo. Lo más probable es que
os decepcione tanto como a mí, pero la decepción tendrá un estilo que nadie
podrá negar. A los demás, a aquellos que ya habéis pasado por esa frontera de
edad, no creo que os merezca la pena leer este panfleto bienqueda. Os sonará
tan ridículo que pensaréis que cualquier tiempo pasado fue peor y a lo mejor
lleváis razón al pensarlo.
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