viernes, 12 de enero de 2018


Estoy mucho mejor


Bueno, así de sopetón, no es que le título anticipe algo novedoso. Una novela, diríamos cotidiana, en la que las relaciones de dos matrimonios cuarentones se van deslizando a través de sus páginas hacia  sus miserias y sus virtudes. Unas miserias no especialmente dolosas como si David Foenkinoss no se atreviese a usar el bisturí. Una mezcla de problemas laborales que viene a sumarse a los propios de la convivencia que se muestra tan previsible como insulsa. Los reproches son cribados por la forma cordial de la buena educación y sobre las traiciones laborales se vuelca la vagoneta de la culpabilidad. Dolores somatizados al más puro estilo de la sociedad occidental y correcta en las que más de uno puede sentirse retratado. Nada de salirse de madre más allá de lo que la escena de un anuncio veraniego televisivo pudiera idear. Hijos crecidos que abandonaron el nido y que dejaron sobre los progenitores esa pátina de orfandad en sentido creciente. Un protagonista apocado que ha ido asimilando día a día sus negatividades para no desentonar con el decorado que teatraliza su vida. Discreto encanto burgués que suena a chicle de fresa a punto de reventar una de sus pompas. Adolescentes que dejaron de serlo y que viven en ese punto de desequilibrio que la cuarentena se niega a admitir. Son demasiado jóvenes para mirar por encima del hombro y demasiado viejos como para no ser mirados con lástima. Una reflexión cogida con pinzas para no herir sensibilidades que pudiesen rechazar, de pleno,  esta mirada sobre el espejo. Quizás se echa a faltar alguna pista más sobre ese camino emprendido de quemar las naves al traspasar el cuarto decenio de vida. No sé, un cambio de peinado, unos tatuajes, un imparable deseo de crear músculo o aprender a bailar ritmos caribeños…..Quizás no fue lo suficientemente premonitoria y necesita de una revisión actualizada. Sea lo que sea, lo cierto y verdad es que, cuando un dolor aparece y el origen no se localiza, igual el cerebro es el causante del mismo y no nos damos cuenta. Por eso, queridos míos, si el paréntesis de edad está enmarcado en el mismo del protagonista y sus amigos, mi consejo es que os hagáis con un diván de Le Corbusier , y entonces, solo entonces empecéis a leerlo. Lo más probable es que os decepcione tanto como a mí, pero la decepción tendrá un estilo que nadie podrá negar. A los demás, a aquellos que ya habéis pasado por esa frontera de edad, no creo que os merezca la pena leer este panfleto bienqueda. Os sonará tan ridículo que pensaréis que cualquier tiempo pasado fue peor y a lo mejor lleváis razón al pensarlo.

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