Cerrado por defunción
Un cadáver más acaba de sumarse a
la lista de los finados empapelados. Interviu ha echado el cierre y se suma al
obituario de toda aquella prensa escrita que tantas jornadas de gloria y
protagonismo tuvo no hace mucho. O quizá sí que hace mucho y ese es el problema
fundamental. Han pasado los años y quienes los hemos visto pasar seguimos
teniendo presente un pasado como si no lo fuera. Ese es el principal problema que acarrea la sorpresa. A nada que
nos detuviéramos veríamos como se han quedado de obsoletos nuestros
planteamientos. Aquellos planteamientos que, ingenuos de nosotros, nos hacían
invencibles en una sociedad que vuela más deprisa que nuestros sueños. Nos
hemos enancianado sin apenas percibirlo.
No pasa nada, es ley de vida. Quienes nos precedieron no lograron advertirnos a
tiempo de cómo su paso también fue raudo. Nosotros ocupábamos las primeras
planas de la vida y les hicimos un hueco en la cuneta del olvido. Les dejamos
hablar sin prestarles atención y sin percibir cuán cercano estaba el relevo que
ahora mismo se nos antoja incomprensible. Interviu no ha sido la excepción.
Programas de radio de éxito se esfumaron de improviso y ya casi nadie sabe de
su existencia. Periódicos vespertinos que procuraban la puesta al día en mitad
de la sobremesa languidecieron desarmados. La tecnología ha impuesto su ley y
lo que hasta ayer era novedoso dejó de serlo y fue reemplazado. Nos asomamos al
precipicio de la incultura si no somos capaces de aprender los nuevos códigos,
las nuevas alternativas, las nuevas tendencias y caminos. De nada sirve ya el
señuelo propuesto por aquellas ediciones en las que se mezclaba lo frívolo con
lo sesudo. La prisa se ha encargado de barrer con todo ello y ni la más mota de
polvo se adivina en la palma de la escoba. Todo el mundo es capaz de asumir un
papel que no necesita de certificaciones. El periodista compite con el
husmeador voluntario de noticias a golpe de flas. El cuerpo desnudo se exhibe a
cualquier hora tras las pantallas sin más pudor que el que el impudor traza.
Las crónicas detectivescas se reiteran hasta la saciedad llevando al
agotamiento al lector proclive que hasta
hace nada las hacía suyas. Las crónicas deportivas se encauzan una y otra vez
hacia el mismo escudo para dar sentido a unas vidas vacías carentes de
estímulos serios. Los sucesos se amontonan sobre las mesas y nadie necesita de
un ejemplar manoseado para sentir el placer del morbo detallista. Vivimos
pegados a una pantalla que nos ofrece las infinitas posibilidades de husmeo y la
inmediatez manda. Se cierran etapas por defunción de las mismas y ni siquiera
el brazalete negro sobre el brazo sirve de consuelo. Puede que dentro de
poco el papel deje de existir como
soporte lector y entonces sentiremos por fin la auténtica emoción del liberto.
Seremos tan felices en nuestra propia estupidez que nadie se dará cuenta que
sobre nuestro frontal va escrito un “Cerrado por defunción”. Entonces será el
momento de indagar en los orígenes del fin que nos ha llevado a ser lo que
irremediablemente ya seremos: unos cretinos destetados.
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