Cuestión de tamaño
Las comparativas suelen ser
molestas para aquellos que se saben inferiores. Tienen la agridulce sensación
de derrota nada más abrirse la puja y ni siquiera las compasivas palmadas de
los incondicionales les sacan la menor de las sonrisas. “El mío es más gordo,
más intenso, más directo y siempre funciona” suele espetar el que se cree
superior. Y entonces el que se supone inferior se palpa y desde la quietud mal
disimulada intenta mostrarse como dominador de la escena. “El mío, aunque te cueste
creerlo, es mucho más resolutivo y nadie es capaz de contradecirme por más que
no lo creas”. Y así, mirándose a la cara, prosiguen con su duelo encarnizado de
gallitos a punto de saltar a la escena del combate ilegal. A su alrededor, los
nerviosos apostantes, palpándose la ropa ante el riesgo de perderlo todo al
menor de los descuidos. Sobre la arena,
los entrenadores de ambos mostrando sus espolones para dar cumplida cuenta de
las imposibilidades del rival. Sobre los último asientos de los últimos estrados,
de las últimas luces, el sudor frío recorriendo los rostros. La cuenta atrás
del reloj avanzando inmisericorde y al trasluz un viento gélido como quinto
jinete de un apocalipsis más que cercano. En ese momento echas de menos a la
inocencia de aquellas partidas de parchís que amenizaban las tardes
vacacionales de Navidad y piensas qué ecuánimes eran las reglas. Poco importaba
si el cinco se resistía a salir y veías pasar a tus rivales preso en tu propia
casilla. Antes o después tendrías la opción de darles caza y contarte veinte.
Incluso las trampas del recuento se perdonaban entre risas y polvorones. De
paso, los seguros se diseminaban sobre el tablero y suponían un alivio
momentáneo. Aquello dejó de existir. Ahora, frente a ti y sin tú pedirlo, un
duelo está a punto de llevarse por delante al tablero, a las fichas, a los
involuntarios testigos, a los animadores del mismo y a quien haga falta.
Embravecidos, con las palmas de las manos abiertas, los gemelos luciendo brillo
a la espera de la cuenta atrás, esta pareja de púgiles, echándole más arrestos
que nadie a lo que nadie desea. Saben de sobra que la grandeza del órdago está en los
preliminares y que una vez descubierta la baza final cada uno queda por lo que
es. Así que lo más probable será que sigamos asistiendo a este enfrentamiento
rapero sin que ninguno se atreva a desvelar quien de los dos la tiene más
grande. Hay intimidades que es mejor dejar para la intimidad propia y no
sacarlas a la luz para no pecar de ridículo. Sobre todo, y más que nada por
consolarme ante el miedo que me producen, prefiero pensar que el tamaño, al
menos esta vez, no es la cuestión más importante. Del cerebro, si acaso, ya
hablaremos en otra ocasión.
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