Cara a cara
Surgió como suelen surgir las casualidades. La
sobremesa invitaba al recogimiento y en un apartado de la misma, las ideas se
abrieron hueco, los momentos cobraron forma y por sí solos emprendieron el
camino. Sin forma, sin la precisión que no se precisaba, echaba a andar este
compendio de relatos que cruzaba los umbrales más dispares que la imaginación
diseña. Como si de una voz interior se tratase, se me fueron dictando desde el
silencio y las teclas se fueron agolpando pidiendo turno. Por él aparecieron
historias reales que parecen inventadas e historias inventadas con tintes de
realidad. Sueños abiertos a la lectura y compartidos por los óleos pincelados
en negrita. Pausas que daban sentido a lo ya vivido y proyectaban imágenes
hacia los sueños por cumplir. Miradas de ciegos lisboetas, maullidos de felinos
toledanos, declaraciones de amor, añoranzas de ladridos, y tantas y tantas
situaciones que llegó un momento en el cual el fin se trazó por sí solo.
Protagonistas ignotos de serlo que fueron lanzados al viento de la verdad que
hasta ellos mismos desconocían. Miradas furtivas a las esperanzas que tantas
veces la conveniencia recluye entre los pétalos marchitos de un San Valentín
ajeno. Rincones en los que sigue creciendo la flor que nadie sospecha que pueda
llevar el nombre de la olvidada aventadora de cruces de sarmientos. Reclamos de
justicias hacia la bondad que tanto desprecia el lucimiento ante la
muchedumbre. En todos y cada uno de los relatos, la verdad por bandera, izada a
golpe de sensaciones para ser compartidas. Una lectura que debería hacerse
desde la audición para modular en cada frase las metáforas que le dan sentido.
Porque si algo tiene sentido es el hecho mismo de sentir. Sentir que la vida la
vives bebiendo del goteo de las emociones que le otorgan crédito y perpetuidad.
Puede que no sea la lectura más digerible, ni la más asimilable, ni la más
sublime. Pero de lo que no me cabe duda es que su nacimiento vino avalado por
la personal necesidad de poner en la línea de salida aquello que callaba quien
menos lo imaginaba. Cara a cara se perciben las virtudes y se perdonan los
defectos que cada rostro va a cumulando en el transcurrir de su existencia.
Cara a cara, os lo aseguro, logró desempañar el vaho de un espejo que hasta
entonces dormitaba en el silencio que
llegó a convertirse en voz cada vez que la tarde se abría de par en par.
Cuarenta y cinco paradas con un destino final llamado sentimiento y apellidado
perpetuo.
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