Mono
Siempre
ha sido una palabra de lo más variopinta, reutilizable, acomodaticia. Ha servido
para designar al primate antecesor nuestro y precursor de la inteligencia que
se supone que nos viste. Ha actuado como paterner de un Tarzán arborícola
matacocodrilos y jinete de elefantes. Ha dado rienda suelta a la alegría en el
circo ante la atenta mirada de los niños que le hacían muecas imitatorias para
disimular su temor. Ha llegado a ser protagonista de películas futuristas en
las que Charlton Heston se daba por
vencido ante la hecatombe imprevisible. Incluso ha llegado a ser un astronauta llamado
Albert que marcó el camino a los que le siguieron. Aizkolari de osamentas en una odisea que se
supuso anterior en el tiempo. En resumen, mil y unas capacidades le avalan y
como tal se fueron ganando el respeto generación tras generación. Si nos
decantamos por el lado lúdico, ha dado imagen al silencio, a la sordera y a la
ceguera en un intento de no dar pie a controversias testimoniales. Incluso ha
sido la carátula de una botella de anís que tantos sonidos cristalinos arrancase
en las noches navideñas. De nada le ha servido tanto esfuerzo y fecundidad, de nada.
Todo aquel respeto que se le suponía se ha venido abajo al salir a la luz su
novedoso papel como yonki de anhídridos. Parece ser que alguien sugirió la
posibilidad de someterlos a unas cámaras de gas combustible para comprobar el
efecto letal de los monóxidos en las vías respiratorias de dichos primates. Sin
la más mínima permisibilidad les han ido sometiendo a unas sesiones opiáceas en
las que los inocentes animales degustaron lo que ni sospechaban ni querían.
Humos incesantes en busca de respuestas bronquíticas sobre las que ajustar
catalizadores y evitar sanciones. Y allí, ellos, silenciosamente sumergidos en
esas nubes tóxicas sin probabilidad de escape posible. Quizás en algún momento lanzaron
miradas de envidia hacia los monos que vestían los operarios y llegaron a
pensar lo cruel que había resultado la polisemia para ellos. Probablemente más
de uno fuese sometido a sesiones de abstinencia para comprobar hasta qué punto
el mono lo soportaba el mono. No sé, ni quiero planteármelo. Lo que sí queda en
evidencia es el nivel de crueldad al que puede llegar el llamado homo sapiens
al intentar conseguir resultados al precio que sea. Sin duda habría que revisar
la nomenclatura y declarar al homo, mono. Igual resultaba más rentable someter
a estos verdugos a semejantes pruebas y que luego rellenasen un cuestionario
mientras tosían descompuestos. Tanta tecnología para acabar en el mismo nivel
de barbarie de siempre. Lo peor de todo será escuchar cuando estrenemos uno de
esos coches testeados a alguien que nos diga que es “muy mono” el modelo elegido. Darán ganas de
asirse a una liana y salir pitando.
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