lunes, 15 de enero de 2018


El lunes más triste del año



Hoy, hoy es el día más triste del año. Lo digo por si alguien piensa que es una circunstancia personal la que le lleva a creer que se ha levantado con mal pie. Debe desechar esa idea inmediatamente de su pensamiento. No posee la exclusividad de sentirse desgraciado por mal que le hayan ido las circunstancias durante el fin de semana pasado. Sencillamente, su tristeza es el resultado de una ecuación que Cliff Arnall planteó desde Cardiff y los parámetros concuerdan. Como incógnitas aparecen los gastos navideños, el frío de Enero, la imposibilidad de cumplir los retos planteados, y una innumerable  lista de negritudes. Quiero pensar que esta ecuación de enésimo grado tiene tantas variables que nadie ha sido capaz de desentrañar una única solución que muestre el salvavidas al ánimo alicaído. Y encima, lunes. Así que la escasa ilusión que proporcionaron las compras se viene abajo y como viable camino aparece la devolución de todo aquello que se adquirió de modo compulsivo. Seguro que más de la mitad no nos hacen falta y tal devolución supondrá un alivio al espíritu y al bolsillo. De las voluntades firmes, mejor no fiarse demasiado. Nada seduce más que saltarse las normas y si son autoimpuestas, mejor que mejor. Qué necesidad se tiene de mortificación para seguir unos cánones esculpidos en modo aeróbico. En cuanto a la alimentación, más de lo mismo. El adverbio de negación sobrevolando a la tentación de la gula y los gurús adoctrinando sobre qué comer y qué no beber. Apolíneos modelos tan inalcanzables como deseables aparecerán tras las baldas de la alacena como conciencias negadoras y no habrá posibilidad de redención posible. De la negación a la nicotina, qué decir que no se haya dicho ya. Sí, es evidente que perjudica, que engancha, que quema por dentro. Pero, qué podrá más, ¿el esfuerzo por dejarla o el placer de ser esclavo de la misma?  No sé, no sé. Empezamos a confeccionar una lista restrictiva al son de las uvas y empezamos a cuestionarnos si merece la pena. Así que para el siguiente fin de año creo que lo mejor será no plantearse ningún reto ni lanzar promesas al aire. Ese sí que será un propósito asumible y no acarreará tristezas. Sólo nos queda esperar trescientos cincuenta días y da tiempo de sobra. En el mejor de los casos igual merece la pensar en confeccionar una lista inversa. Completarla con todo aquello que no se piensa cumplir para que cuando aparezca un nuevo lunes negro no sepa qué hace colgado de nuestra sombra. Seguro que entonces la ecuación queda resuelta y no necesitamos nuevos planteamientos. Mientras ese momento llega será mejor empezar a poner en práctica todo aquello que nos provoque alegrías. Quien quiera amargarse que se amargue por sí solo y busque a alguien similar para refrendar entre ambos un error que siguen tomando como acierto.         

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