El lunes más triste del año
Hoy, hoy es el día más triste del
año. Lo digo por si alguien piensa que es una circunstancia personal la que le
lleva a creer que se ha levantado con mal pie. Debe desechar esa idea
inmediatamente de su pensamiento. No posee la exclusividad de sentirse desgraciado
por mal que le hayan ido las circunstancias durante el fin de semana pasado.
Sencillamente, su tristeza es el
resultado de una ecuación que Cliff Arnall planteó desde Cardiff y los parámetros concuerdan. Como incógnitas aparecen los gastos
navideños, el frío de Enero, la imposibilidad de cumplir los retos planteados,
y una innumerable lista de negritudes. Quiero
pensar que esta ecuación de enésimo grado tiene tantas variables que nadie ha
sido capaz de desentrañar una única solución que muestre el salvavidas al ánimo
alicaído. Y encima, lunes. Así que la escasa ilusión que proporcionaron las
compras se viene abajo y como viable camino aparece la devolución de todo
aquello que se adquirió de modo compulsivo. Seguro que más de la mitad no nos
hacen falta y tal devolución supondrá un alivio al espíritu y al bolsillo. De
las voluntades firmes, mejor no fiarse demasiado. Nada seduce más que saltarse
las normas y si son autoimpuestas, mejor que mejor. Qué necesidad se tiene de
mortificación para seguir unos cánones esculpidos en modo aeróbico. En cuanto a
la alimentación, más de lo mismo. El adverbio de negación sobrevolando a la tentación
de la gula y los gurús adoctrinando sobre qué comer y qué no beber. Apolíneos
modelos tan inalcanzables como deseables aparecerán tras las baldas de la
alacena como conciencias negadoras y no habrá posibilidad de redención posible.
De la negación a la nicotina, qué decir que no se haya dicho ya. Sí, es
evidente que perjudica, que engancha, que quema por dentro. Pero, qué podrá
más, ¿el esfuerzo por dejarla o el placer de ser esclavo de la misma? No sé, no sé. Empezamos a confeccionar una
lista restrictiva al son de las uvas y empezamos a cuestionarnos si merece la
pena. Así que para el siguiente fin de año creo que lo mejor será no plantearse
ningún reto ni lanzar promesas al aire. Ese sí que será un propósito asumible y
no acarreará tristezas. Sólo nos queda esperar trescientos cincuenta días y da
tiempo de sobra. En el mejor de los casos igual merece la pensar en confeccionar
una lista inversa. Completarla con todo aquello que no se piensa cumplir para
que cuando aparezca un nuevo lunes negro no sepa qué hace colgado de nuestra
sombra. Seguro que entonces la ecuación queda resuelta y no necesitamos nuevos
planteamientos. Mientras ese momento llega será mejor empezar a poner en práctica
todo aquello que nos provoque alegrías. Quien quiera amargarse que se amargue
por sí solo y busque a alguien similar para refrendar entre ambos un error que
siguen tomando como acierto.
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