lunes, 22 de enero de 2018


Corre, corre…



Corre, corre, corre,  que te van a echar el guante, entonaba Rosendo capitaneando a Leño en aquellos años ochenta que parecen regresar al escaparate de la moda.  Hablaba de cómo evitar ser apresado cuando la policía te seguía de cerca y la justicia te esperaba para juzgar tus conductas. Y como suele ser habitual, el halo del perseguido se convertía en una cola de cometa para los imitadores que lo tomaban como héroe. ¡Qué tiempos! ¡Todo por descubrir y casi todo por experimentar! Así se entienden las actuaciones de muchos que decidieron tomar la vía del salto de mata  para no someterse a ninguna norma que no fuese la meramente libertaria nacida de sí mismos. ¡Qué tiempos! Y lo peor de todo es que aquellas fechas que anticipaban cambios los han acabado aportando, y de qué modo. Todo enmarcado en un paralelogramo con escarpia en la parte de atrás esperando turno. Nada de lo que se suponía ha llegado a ser y con ello se ha esparcido una marea negra de desencanto que difícilmente podrá eliminarse. Un tiempo hubo en el cual el velo del progreso ficticio y tramposo nos llevó a creer que el bienestar llegaba para quedarse. Un bienestar basado en el enriquecimiento abusivo y la remodelación de las normas siempre a favor del dictado. Que todo cambiase para que nada sufriera cambio, parece  ser el corolario de aquellos tiempos. Y toques donde toques, levantes la alfombra que levantes, el mismo polvo de los mismos pasos. Da igual si la huella es del pie izquierdo o del derecho. Las utopías se han ido acomodando y las esperanzas han caído en el pozo del olvido donde solamente el tarquín habita. Y con ser esto lamentable, mucho más lamentable es la sensación conformista que viste a los perdedores que nos siguen.  Se aceptan como normalidades lo que no debería ser aceptado y los valores han desaparecido. Se trata de poner en primera línea de atención la posible huida y/o captura de un presidente si/no aceptado, o el morbo de un asesinato con todo lujo de detalles, o el deseo de venganza ante cualquier acto que consideremos lesivo para nosotros. Seguimos adulando a ídolos de barro que completan cromos o venden humos en los programas televisivos y con ello nos conformamos. El no hacia nuestros deseos no lo permitimos jamás porque nos creemos por encima del bien y del mal. Tenemos, más o menos, pero no somos. Vivimos en la continua idiotez narcótica de la ilusión prestada y damos por perdida una convivencia a la que no le prestamos la reflexión adecuada. Así que no veo otra solución que la de hacerle caso al gran Rosendo y salir corriendo. Bueno, quien dice corriendo, dice andando; no están las articulaciones como para ser sometidas a un esfuerzo que por edad no se merecen. Voy a por el chándal y que sea lo que mis pies quieran.

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