Corre, corre…
Corre, corre, corre, que te van a echar el guante, entonaba Rosendo
capitaneando a Leño en aquellos años ochenta que parecen regresar al escaparate
de la moda. Hablaba de cómo evitar ser
apresado cuando la policía te seguía de cerca y la justicia te esperaba para
juzgar tus conductas. Y como suele ser habitual, el halo del perseguido se
convertía en una cola de cometa para los imitadores que lo tomaban como héroe.
¡Qué tiempos! ¡Todo por descubrir y casi todo por experimentar! Así se entienden
las actuaciones de muchos que decidieron tomar la vía del salto de mata para no someterse a ninguna norma que no fuese
la meramente libertaria nacida de sí mismos. ¡Qué tiempos! Y lo peor de todo es
que aquellas fechas que anticipaban cambios los han acabado aportando, y de qué
modo. Todo enmarcado en un paralelogramo con escarpia en la parte de atrás
esperando turno. Nada de lo que se suponía ha llegado a ser y con ello se ha
esparcido una marea negra de desencanto que difícilmente podrá eliminarse. Un
tiempo hubo en el cual el velo del progreso ficticio y tramposo nos llevó a
creer que el bienestar llegaba para quedarse. Un bienestar basado en el enriquecimiento
abusivo y la remodelación de las normas siempre a favor del dictado. Que todo
cambiase para que nada sufriera cambio, parece ser el corolario de aquellos tiempos. Y toques
donde toques, levantes la alfombra que levantes, el mismo polvo de los mismos
pasos. Da igual si la huella es del pie izquierdo o del derecho. Las utopías se
han ido acomodando y las esperanzas han caído en el pozo del olvido donde
solamente el tarquín habita. Y con ser esto lamentable, mucho más lamentable es
la sensación conformista que viste a los perdedores que nos siguen. Se aceptan como normalidades lo que no debería
ser aceptado y los valores han desaparecido. Se trata de poner en primera línea
de atención la posible huida y/o captura de un presidente si/no aceptado, o el
morbo de un asesinato con todo lujo de detalles, o el deseo de venganza ante cualquier
acto que consideremos lesivo para nosotros. Seguimos adulando a ídolos de barro
que completan cromos o venden humos en los programas televisivos y con ello nos
conformamos. El no hacia nuestros deseos no lo permitimos jamás porque nos
creemos por encima del bien y del mal. Tenemos, más o menos, pero no somos. Vivimos
en la continua idiotez narcótica de la ilusión prestada y damos por perdida una
convivencia a la que no le prestamos la reflexión adecuada. Así que no veo otra
solución que la de hacerle caso al gran Rosendo y salir corriendo. Bueno, quien
dice corriendo, dice andando; no están las articulaciones como para ser
sometidas a un esfuerzo que por edad no se merecen. Voy a por el chándal y que
sea lo que mis pies quieran.
No hay comentarios:
Publicar un comentario