Calcetines
Lo bueno que tienen las modas es
que siempre ponen de moda aquello que no creía pertenecer a la moda. Reciclan
sin permiso tendencias y de que te quieres dar cuenta empiezas a vestir como tu
padre o como tu abuelo. Y tú sin enterarte. Observas los escaparates y algo te
suena a ya visto. Echas la vista atrás y recuerdas aquellas gafas de pasta
protectoras del sol que se exhiben como si nada ante tus ojos sorprendidos. Vagas
unos pasos más y el chaleco renacido te retrotrae a la foto en blanco y negro.
Abotonado, protector de la camisa con dobladillo en las mangas, allí renace. Y el
cuello liberado de las corbatas acaba siendo sometido por las pajaritas como
muestra de vigencia cool. La moda manda y un cierto regusto renacentista se
palpa desde las aceras. Entonces, como si el destino te hubiese reservado ese momento,
allí están, esperándote, llamando tu atención, los calcetines. Hace tanto
tiempo que se rebelaron a morar con hábitos insulsos, que su hora ha llegado.
El gris, el negro, el azul marino, todos uniformes en la medianía de la
ignorancia hacia los pies, han visto pasar ante tus punteras y talones la
renovación. Atrás quedaron las sutilezas de la seriedad y el desparrame colorista
calza tus empeines y tobillos. Han compartido la solidaridad con la mengua en
las longitudes de los pantalones y exhibicionistas se han lanzado a reclamar su sitio. En un tiempo en el que todo
el mundo camina cabizbajo no es de extrañar que el horizonte de la vista haya
caído hacia la línea que franquean los pasos. Allí, ellos, los calcetines,
hasta hace nada ninguneados, son los protagonistas. Coloristas, provocadores, embajadores de un modo de ser y
de manifestarse hablan por sí solos y nadie es inmune a su mensaje. Los osados
los admiran y los tímidos los envidian. Unos saben que les están esperando y
otros saben que la lucha interna por decantarse o no a portarlos se dirimirá en
el peor de los cuadriláteros posibles. La vergüenza pugna y será cotoso
derrotarla. Se ha interiorizado de tal modo que cualquier atisbo de perderla recibirá la crítica más severa que nacerá de
uno mismo. Craso error. Si nadie se atreve a caminar bajo la complicidad de los
diseños rompedores, su tránsito será tan triste como triste será su vida. Da
igual si acaban siendo agujereados o si alguna goma cede y terminan caídos. Lo esencial será
comprobar cómo la osadía ha salido victoriosa y la provocación ha roto esquemas
que se creían imbatibles. Doy por válido este tiempo de espera anticipatoria al
comprobar que por fin la seriedad ha emigrado del reino de los juanetes.
Adelante, atreveos. Veréis como a partir de entonces vuestros pasos serán disfrutarán
de una sucesión continua de optimismo. Y si acaso alguien os mira con desdén,
regladle un par; está claro que lo necesita con urgencia, por mucho que lo
nieguen.
No hay comentarios:
Publicar un comentario