El último Don
Sabiendo de los antecedentes de Mario Puzo como
escritor sobre el tema de la Mafia no debía sorprenderme el resultado final de esta obra y no me
sorprendió. Organiza del tal modo los perfiles de los personajes que consigue
llevarte de un lado a otro en pos de unas razones que a los comunes de los
normales nos resultan tan sorprendentes como envidiables. Poder, sexo, artimañas,
corrupciones de todo tipo y un Don plenipotenciario reivindicando para su
sangre un futuro estadounidense en el lado legal del éxito. Como si de la
Sicilia originaria el código del silencio se hubiera exportado y fuera
necesario mantenerlo como seña de identidad ante nuevas generaciones, estos que
empuñan cualquier tipo de arma, exhiben un honor capaz de responder por ellos
ante la más mínima duda de deslealtad. No pudiendo resistirse a los rumores de
Verona, un cierto toque a amores imposibles se desliza hacia el final de la
obra como prueba evidente y catalizadora de un modo de ejecutar lealtades. Da
igual si la insistencia de los personajes de El Padrino o de Érase una vez
América piden paso. No consiguen usurpar el perfil de aquellos que de tu
imaginación han surgido mientras el plato de pasta cede el paso al queso
parmesano. Las órdenes son claras y los escalones están suficientemente
delimitados. Todo se rige por un código superior y a él se someten todos los
protagonistas de la obra. Corruptelas políticas se sobreponen a las ambiciones
del juego que el propio generador del juego sabe perdedoras de antemano. El
Hollywood bambalinado se ofrece como el nido de víboras que únicamente
entienden el valor del dinero. Alguna mínima concesión al lagrimeo poco creíble
se pasa por alto en la medida en que se busca limar la soberbia de la diosa del
celuloide. El amor se sublima hasta el punto de asomarse al precipicio de lo
aceptable. Y a pesar de todo esto, las doscientas y pico últimas páginas se suben
al tren del deseo de querer saber el final a toda costa. Mínimas sorpresas que
acaban siendo enormes conforman este argumento que a la postre resulta
magnífico. No os alarméis si al principio la catarata de nombres os sumerge en
un laberinto intrincado. Tranquilos, pronto se aclara el panorama y cada cual
ocupa su espacio. Y lo mejor de todo es que acabas sin tener necesidad de una
continuación. La saga ya se escribió, se llevó al cine y subió al estrellato.
Quién sabe si con esta obra Mario Puzo no quiso dejar claro que cada personaje
que pulula por el oropel tuvo su bautismo en esas mismas raíces. De los
sacramentos comunión y confirmación, mejor no os hablo; descubridlos por
vosotros mismos y ya deduciréis el porqué . Igual es que me da miedo y no quiero
reconocerlo en público.
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