El beso
Más allá de
los postulados de la copla que limitan su entrega al auténtico amor; más allá
de los cortes censores de aquellas películas que acabaron en las trastiendas de
los cinemas paradisos; más allá de las
fotografías robadas a los bulevares parisinos; más allá de todo esto, ahora
resulta que se ha convertido en un transmisor de bacterias según sesudos
estudios de sesudos estudiosos que en sesudos laboratorios han teorizado al
respecto. Y digo yo que podrían haber dedicado su tiempo a explicar los beneficios
que aporta cuando es compartido. Da lo mismo si lo dirige el amor, la pasión,
el celo. Da igual si lo sabemos efímero o perpetuo. Lo significativo en sí del
beso estará en el instante que se convierte en eterno cuando depositamos en lo común lo que hasta entonces
dormitaba solitario. Puede que en ese mismo instante los microorganismos
empiecen a entender la verdadera labor que la ciencia les otorga. Quizás
descubran que ningún antibiótico mejor habrá que aquel nacido de la necesidad
de compartir verbos paridos por el deseo al tálamo de los labios cuando el
dosel de la boca se decora de verdades.
El eco de los “te quieros” abrirán la
partitura con la que los sonidos cubrirán cúpulas de firmamentos. Serán
preludios o epitafios según
dispongan los caprichosos disparos de
las saetas de Cupido. Nacen para perecer enfrente y el castillo de artificios
que conjugan en las noches no puede negar su certidumbre. Quitan alientos para
que la sed desaparezca cuando atravesamos el desierto de la soledad. Y en ellos
el oasis reverdece proyectando las sombras que de las palmeras de abrazos
emergen. Piel a piel, ninguna arena movediza será capaz de sepultarlo en los
sarcófagos funerarios que engullen los desamores. Si estos hubieran de venir,
llegarán con la advertencia de que quienes besaron son capaces de amar como
sólo la verdad dispone. Ni siquiera la venganza de la estatua becqueriana podrá
cobrarse el precio de envenenar al néctar que la corola dispone. Y así ha sido,
así será y así debe de ser. Ya pueden empeñarse las probetas del laboratorio en
proclamar las penitencias a cumplir por los besantes, que nada será capaz de
evitar que florezcan, ni evitar que se pidan, ni evitar ser robados, como sólo
son robados los preciados tesoros que guardan dentro de sí quienes los
enterraron a medias para que fuesen descubiertos cuando ya se daban por y perdidos.
Por tanto dejo las teorías en los atriles del dogma y, con o sin vuestro
permiso, paso a besaros y que las bacterias del cariño corran a su antojo como
sólo lo hacen los antojos deseados.
Jesús
(http://defrijan.bubok.es)
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