martes, 18 de noviembre de 2014


       Corazón solitario

 

Doy fe de que estas peregrinas letras teñirán de púrpura tu rostro cuando descubras que te son dedicadas. Siempre has esquivado el reflejo enmarcado para que el halo de tristeza no te delatase como el vulnerable que eres y mejor conoces. Esa túnica que ha ido ocultando tus cicatrices se ha convertido en la peor de las celdas en las que el desencanto suele habitar cuando las soledades ofrecen su compañía. Y a ellas te has encomendado buscando esa tabla de salvación que apenas flota cuando las fuerzas flaquean ante las contracorrientes a las que te ves sometido. Han cuidado de ti desde la atalaya en la que suelen exhibirse las razones sin entender que tus auténticas razones las repudian. Tú, siempre tú, te has dejado guiar por los timoneles de la pasión a la que tan a menudo has tenido que renunciar bajo los auspicios de la incomprensión. Llevas tatuada la marca del galeote condenado a remar contemplando las espaldas de otros desgraciados que se suman contigo en el rítmico movimiento que la penitencia impone. Sueñas con la irrupción del espolón de proa en el costado de babor de cualquier otro navío que intente cruzarse en tus rutas, y mientras tanto compites con los eólicos deseos que surcan los mares caprichosos. Sabes y callas. Y callando retomas los argumentos para el juicio impune al que te someterás sabiéndote culpable de antemano. Las togas se calzaron puñetas negras con las que redactan absurdas conclusiones que te ignoran por principio y enlutan el epílogo de tu existencia. Nada has pedido más allá del común latir tantas veces negado. Y en los plenilunios a los que el insomnio te guió los reflejos nacidos del manantial de sueños, se ciegan con los tarquines que el tiempo convertirá en falsos barros de alfarero. Se esculpirá tu imagen a la que ni la más insignificante elegía nacida de la caridad  pondrá epitafio. No será necesario que lo haga por ti. Tú ya diste licencia para que así fuera y en la lápida marmórea que empieza a pulirse buscándote el molde de tus letras se cincela con el escoplo más infame que el granito soñase soportar. Nada ha significado para quien tanto ansiaba significar. Supiste desde siempre que tu lugar estaba entre los nimbos que los vientos jalean. Has comprobado que  el anclaje de la maroma atada al muelle lleva tu nombre y finges no saberlo leer, no quererlo entender, no poderlo mecer.

 

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