domingo, 23 de noviembre de 2014


 A vivir que son dos días

Su propio eslogan invita al optimismo que tanta falta nos hace en estos tiempos de crisis que nos toca sufrir. Javier del Pino y unos magníficos colaboradores mantienen una velocidad de crucero equidistante entre el aprendizaje, el ocio, las novedades, la buena música y la risa. Sí, la risa inteligente que no necesita de voces en of  para resultar creíble. Y para muestra un botón.  Esta mañana, acompañando al cielo gris y al recuerdo gris, le tocó el turno de intervención a Ramón Lobo. Un señor que en la brevedad de sus textos enseña más que muchos en la extensión de sus tomos. Hoy, Ramón Lobo, se decantó por el titulado “La Iglesia y el sexo”. Y  se ha encaminado a rememorar la historia que desde mi torpeza intentaré refrescar. Resulta, según Ramón,  que un sacerdote hace años cayó enfermo y fue hospitalizado. Debido a las coincidencias del destino, en sus días de convalecencia, un recién nacido en el mismo hospital, vaya usted a saber por qué, pasó a ser huérfano. De modo que las monjitas caritativas, cogieron al neonato y lo depositaron al lado del cura mientras dormía. Quizá la anestesia mal eliminada o la creencia ciega en los milagros provocasen que al despertar, éste, asombrado, creyera  que el cielo se lo enviaba, y lo adoptó. Pasaron los años, y un día en el que sintió la necesidad de confesarle la verdad sobre su origen, se sentó frente a él y a punto estaba de confesarse cuando el adoptado hijo le interrumpió diciéndole, que ya suponía desde hace tiempo que él no era su padre. El sacerdote en cuestión, con lágrimas en los ojos, así lo reconoció a la vez que se quitaba un peso de encima diciéndole que efectivamente, él, era su madre, y el verdadero padre gobernaba sobre una diócesis desde hacía años.

Sin más comentarios que escuchar, he tenido que pausar el desayuno a riesgo de atragantarme ante semejante muestra de ironía dominical. Acabo de comprobar cómo el cielo ha recobrado su luminosidad y me dispongo a dar las gracias a las ondas que son capaces de despertarnos con uno de esos días que la vida nos regala. Del otro ya se encargan los cuervos y desde luego resulta menos atractivo.  

 

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