La
pasión
Aquella tarde en la que sus
pasos detuvo sobre la acera esperando el color verde supondría un vuelco radical en su vida y sin ser consciente de lo que se
avecinaba esperaba a los parpadeos del semáforo. Vio pasar a su lado a las
prisas y le sonaron tan próximas que les negó el saludo. Giró la vista y tras
las lunas aparecía el título como en segundo plano custodiado por los tomos que
competían desde los mostradores. La Pasión, así rezaba el título. Movida por la
curiosidad y quién sabe si por la memoria, entró y lo asió desde la caricia. En
ese instante, y sin pararse a leer la contraportada creyó que debería dejar a sus
dedos que cabalgasen a su antojo tras
semejante título y así privarse de la cordura que tan castrante se manifestaba sin ser llamada. Nada había más
sugerente que la vorágine a la que se encomienda quien ha sido raptada por el
deseo y no conoce otro mecanismo para sobrevivir que dejarse arrastrar por él.
Daba igual si el pecado sería el precio
a pagar y la condena a los infiernos impondría su penitencia. Los raciocinios
intentaban expandir vallas por los campos abiertos del compartir entre quienes son
capaces de saberse dispuestos a la entrega sin dilación. Y ella
era una de ellas. Era consciente de cómo el viento custodiaba sus cabellos para
mecerlos en el huracán de sus deseos. Nadie conocía mejor que ella los efectos
del desencanto que diseñaban una diana para los dardos del vacío compartido.
Supuso que la autora de la obra que aún no había abierto quizás imaginó en
carnes ajenas lo que se sufría o se gozaba, se admitía o se deseaba, se
mendigaba o se obtenía. Quiso pensar que el guión le pertenecía y que salía a
la luz del otoño el fruto de tanta abnegación. De nada sirvieron las razones a
quien de las razones no se alimentaba. El brioso corcel en el que soñaba cruzar
deseos había renunciado a las bridas que refrenasen su cabalgar. Abrió temerosa
las tapas y allí se vio reflejada. Aquel rostro cuya autoría semejaba a sí
misma, pareció hablarle desde la luminosidad de sus ojos. Creyó leer entre los
labios entreabiertos la consigna que lanzaba un “adelante, vive” y no hizo
falta nada más. Volvió a cerrarlo y se negó el envoltorio. Sabía que su propio
destino estaba escrito tras aquellas letras. Traspasó el umbral y al llegar de
nuevo a las rayas un nuevo parpadeo se
le ofrecía. Esta vez sabía que el paso a dar no tendría retorno.
Jesús (http://defrijan.bubok.es)
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