jueves, 27 de noviembre de 2014


      La pasión

Aquella tarde en la que sus pasos detuvo sobre la acera esperando el color verde  supondría un vuelco radical en su  vida y sin ser consciente de lo que se avecinaba esperaba a los parpadeos del semáforo. Vio pasar a su lado a las prisas y le sonaron tan próximas que les negó el saludo. Giró la vista y tras las lunas aparecía el título como en segundo plano custodiado por los tomos que competían desde los mostradores. La Pasión, así rezaba el título. Movida por la curiosidad y quién sabe si por la memoria, entró y lo asió desde la caricia. En ese instante, y sin pararse a leer la contraportada creyó que debería dejar a sus  dedos que cabalgasen a su antojo tras semejante título y así privarse de la cordura que tan  castrante  se manifestaba sin ser llamada. Nada había más sugerente que la vorágine a la que se encomienda quien ha sido raptada por el deseo y no conoce otro mecanismo para sobrevivir que dejarse arrastrar por él. Daba  igual si el pecado sería el precio a pagar y la condena a los infiernos impondría su penitencia. Los raciocinios intentaban expandir vallas por los campos abiertos del compartir entre quienes son capaces  de saberse  dispuestos a la entrega sin dilación. Y ella era una de ellas. Era consciente de cómo el viento custodiaba sus cabellos para mecerlos en el huracán de sus deseos. Nadie conocía mejor que ella los efectos del desencanto que diseñaban una diana para los dardos del vacío compartido. Supuso que la autora de la obra que aún no había abierto quizás imaginó en carnes ajenas lo que se sufría o se gozaba, se admitía o se deseaba, se mendigaba o se obtenía. Quiso pensar que el guión le pertenecía y que salía a la luz del otoño el fruto de tanta abnegación. De nada sirvieron las razones a quien de las razones no se alimentaba. El brioso corcel en el que soñaba cruzar deseos había renunciado a las bridas que refrenasen su cabalgar. Abrió temerosa las tapas y allí se vio reflejada. Aquel rostro cuya autoría semejaba a sí misma, pareció hablarle desde la luminosidad de sus ojos. Creyó leer entre los labios entreabiertos la consigna que lanzaba un “adelante, vive” y no hizo falta nada más. Volvió a cerrarlo y se negó el envoltorio. Sabía que su propio destino estaba escrito tras aquellas letras. Traspasó el umbral y al llegar de nuevo a las rayas  un nuevo parpadeo se le ofrecía. Esta vez sabía que el paso a dar no tendría retorno.        

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