martes, 25 de noviembre de 2014


     Empañado

Último día de la semana que se aventuró agitada y que hoy concluiría. Ya había perdido la cuenta de los kilómetros que en su afán de exponer lo vendible llevaba acumulados y faltaban horas para el regreso tan poco deseado. Era la rutina quien se había instalado en los hombros de quien tiempo atrás se juramentase para no permitirle tal solapamiento. No, no había una causa culpable, sino más bien una falta de motivos a los que atribuir la sonrisa que ayer le acompañase y hoy le huía. Ralentizaba sus pasos para no aproximar el regreso a la nada en la que subsistía y ni siquiera se tenía lástima. Puede que el sonido de la alarma le despertase a la realidad a la par que la ducha ejercía de lluvia ante esa piel ajada por el desencanto. Se dejó acariciar por el agua y por un momento el hueco de las obligaciones lo ocuparon las ensoñaciones en quien se sabía dueño de su propia quimera. No renunció a nada pero por nada luchó. Y en ese trapecio se balanceaba sobre la pista del circo en la que él ejercía de payaso triste. Pasaron unos minutos y cuando el agua decidió terminar con sus caricias, se cubrió con el albornoz y se dispuso a seguir con el rito habitual. Y entonces la vio. Vio amaneciendo desde la bruma que empañó al espejo la declaración escueta que no quiso ser borrada por el paño de la precursora mano. Se notaba femenina la firma no  escrita pero sí descubierta tras aquellos restos de carmín semiborrados. Allí, escupiéndole a su rostro, el amor regresaba desde otros seres que fueron capaces  de expandirlo por las paredes provisionales de aquella habitación. Se sintió culpable por no ser capaz de continuar dándole relevancia a la que fuese testigo de la dicha de quienes se quisieron. Sintió envidia y meció a la tristeza entre los escalofríos de la tibieza obligada. Soñó ser el destinatario en el mismo momento en el que el nudo de la corbata se camuflaba debajo de su cuello apretándole menos que de costumbre. En un acto de misericordia añadió la inicial de su nombre sin atreverse a tocar el cristal. Una vez más, el engaño hacia sí mismo abrió un nuevo día. Una vez más, la comedia se alzaba y el guion de la obra carecía de sentido.         

 

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