sábado, 29 de noviembre de 2014


      Inma

Trazar el boceto de quien has visto crecer y ahora comparte tus horas laborales  suele ser un ejercicio arriesgado. Pero en la asunción del riesgo a equivocarme, a sonar a falso, a saber a desmedido prefiero desequilibrarme antes que permanecer callado. Así que esparciré los tubos cromáticos sobre la paleta inmaculada y que los pinceles del cariño dispongan a su antojo la concepción de tal lienzo. Pero por si acaso ya anticipo que no pienso ni quiero ser imparcial porque la imparcialidad no debe tener un hueco en la manifestación de los sentimientos. Y cuando el rubor camuflado acuda a su rostro con su sonrisa esparcirá aquiescencias como agradecimientos tímidos que la corrección impulsa. No, no lograrás, por más que te empeñes en derrocar a las columnas de sus convicciones sobre las que su templo se erige. Sabrás enseguida que el centauro arquero que la guía cabalga sobre la firmeza y el friso de su mirada hablará por ella. Verás como la compasión hacia el débil surge desde la fumarola que su interior tiene presta para el auxilio. Y por más que manifieste quejas, notarás que las lanza a modo de boomerang para que regresen a ella y darles solución. Ha nacido para asumir un papel que a veces ha sentido como armadura pesada y ella lo ha moldeado a su voluntad. Porque si de algo va sobrada es de tesón. Quienes han tenido la posibilidad de ponerla a prueba lo han comprobado. Ha sufrido por otros como si fueran ella misma sin derramar una lágrima de queja que derruyese sus almenas. Exige sin imponer tanto como ella está dispuesta a demostrar convirtiéndose en la contramaestre del bajel que ha de surcar los mares de la ignorancia hasta llegar al puerto de la verdad. Y siempre vigilando la línea del horizonte sobre la que trazar cartas de navegación hacia los sueños posibles. De haber nacido en otra época, seguro que habría optado por la Ilustración sobre la que aparecería como heroína de las fábulas que culminan las moralejas. Nació para las tizas y ellas se lo agradecen cada vez que se arrodilla a modo de penitente sobre el altar de madera en el que oficia de sacerdotisa. Sabed, en fin, que si alguna vez necesitáis de ella, por peregrina que sea la causa, saldrá en vuestro auxilio. Nació para querer y su cariño sale por sus poros, por más que su timidez se empeñe en ocultarlo. Concluyo, un último trazo, y ya. Sé, porque la conozco, que me pensará excesivo. Me da igual. El  lienzo nació y la concepción de su imagen así la he sentido.

 

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