jueves, 6 de febrero de 2014


Él

Le tocó vivir en un tiempo de repudios y rechazos a los que se le asemejaban. Sus vanos intentos por hacerse un hueco entre los cercanos le llevaron al escalón que sin permiso ni solicitud suelen reservar los dóciles a los diferentes a ellos. Gestos amables en él con los que en vano intentaba ganarse el aprecio de aquellos que a la cara se le reían y a sus espaldas chistaban requiebros dolientes. Se sabía diferente y tan solo en la soledad de las argamasas de su hogar daba rienda suelta a las fantasías que se le negaban en su diario transitar como realidades. Soñó con amores fugaces, con amores eternos, con amores de coplas. Soñó y de la noche hacía luminarias de carencias que le secaron lágrimas en más de una ocasión, hasta que el amanecer le traía realidades. De poco sirvieron  reflexiones en las que el intento de fusión con los otros perdió el pulso que intentó forzar. Amaba a la parte semejante que la norma penaba y la pena le acompañaba en su lento paso ante el lento discurrir hacia no sabía dónde. De lejos erguía su caminar a modo de reivindicación prudente para que la caridad se apiadase de su alma. Sabía de reproches entre aquellos que sintiendo de modo semejante, se negaban la posibilidad de así manifestarse. Sólo una vez lo vi llorar. Y lloró para dentro como suele llorar el dolor que se niega a ser contenido. El tránsito fugaz de la dicha al desconsuelo le vino cuando aquel a quien  tuvo como tabla de salvación a la que entregarse plenamente desapreció de su vida. No tuvo el permiso de las cadenas de la obligatoriedad para emprender el vuelo y sus pies se calzaron de granitos. Perdió el tono de la alegría y el desgarro de su timbre sólo se decantó por el desamor. Quiso haber nacido en otra época, en otro lugar, en otras realidades que le acunasen permisos que le eran negados. Envejeció tan deprisa como suele provocar la desesperanza en aquel que ve partir el último vagón de su último tren. En sus horas de invierno, cuando la tarde va durmiendo a las nubes, desde la cercanía de la lumbre, suele trinar hacia las llamas la copla que quedó para siempre prendida de su corazón. Mientras, sus manos se funden con los tallos que trenzan  acordes como sólo él, él que supo amar hasta el exceso, sería capaz de hilar sobre el rostro de aquel que aún perdura en su recuerdo y que tanto quiso.    

 

Jesús(defrijan)

 

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