Él
Le tocó vivir en un tiempo de repudios y rechazos a los que se
le asemejaban. Sus vanos intentos por hacerse un hueco entre los cercanos le
llevaron al escalón que sin permiso ni solicitud suelen reservar los dóciles a
los diferentes a ellos. Gestos amables en él con los que en vano intentaba
ganarse el aprecio de aquellos que a la cara se le reían y a sus espaldas
chistaban requiebros dolientes. Se sabía diferente y tan solo en la soledad de
las argamasas de su hogar daba rienda suelta a las fantasías que se le negaban
en su diario transitar como realidades. Soñó con amores fugaces, con amores
eternos, con amores de coplas. Soñó y de la noche hacía luminarias de carencias
que le secaron lágrimas en más de una ocasión, hasta que el amanecer le traía
realidades. De poco sirvieron reflexiones en las que el intento de fusión
con los otros perdió el pulso que intentó forzar. Amaba a la parte semejante
que la norma penaba y la pena le acompañaba en su lento paso ante el lento
discurrir hacia no sabía dónde. De lejos erguía su caminar a modo de
reivindicación prudente para que la caridad se apiadase de su alma. Sabía de
reproches entre aquellos que sintiendo de modo semejante, se negaban la
posibilidad de así manifestarse. Sólo una vez lo vi llorar. Y lloró para dentro
como suele llorar el dolor que se niega a ser contenido. El tránsito fugaz de
la dicha al desconsuelo le vino cuando aquel a quien tuvo como tabla de salvación a la que
entregarse plenamente desapreció de su vida. No tuvo el permiso de las cadenas
de la obligatoriedad para emprender el vuelo y sus pies se calzaron de
granitos. Perdió el tono de la alegría y el desgarro de su timbre sólo se
decantó por el desamor. Quiso haber nacido en otra época, en otro lugar, en
otras realidades que le acunasen permisos que le eran negados. Envejeció tan
deprisa como suele provocar la desesperanza en aquel que ve partir el último
vagón de su último tren. En sus horas de invierno, cuando la tarde va durmiendo
a las nubes, desde la cercanía de la lumbre, suele trinar hacia las llamas la
copla que quedó para siempre prendida de su corazón. Mientras, sus manos se
funden con los tallos que trenzan
acordes como sólo él, él que supo amar hasta el exceso, sería capaz de
hilar sobre el rostro de aquel que aún perdura en su recuerdo y que tanto
quiso.
Jesús(defrijan)
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