Europa
Así rezaba aquella canción que surcaba su memoria mientras las
aguas tendían sus verdes a la noche. La vigilia nocturna custodiada por sus galones le ofreció horizontes a los que sumirse
para alcanzar sus sueños y desvelar
tristezas. En ese momento, justo cuando la guitarra punteaba lamentos, vino a
hacerse un hueco en su recuerdo. Sabía de memoria la historia mitológica y
meciéndose en ella se dejó guiar. Diseñó para sí la fortaleza del desvalido
Zeus que fue incapaz de resistirse a los amores por tal doncella. No dejaba de
sorprenderle el hecho de que en aras del deseo, la divinidad se hubiese
materializado para abrevar en las aguas cristalinas de sirenas pobladas entre
ciprinos dorados. Ninguna fue receptora de sus requiebros simulados y la necesidad
le llevó al rapto de la ninfa que osó
tomarlo. Él, galante deidad, se dejó arrastrar por las aguas a remos del amor
que profesaba tendiendo un hilo de salitre que orientaría a los valientes que
naufragasen de desamores. Y ahora, a la luz de la luna, con la mar en calma, el
nuevo rapto venía a las manos de quien con sus las suyas interpretase la canción que tanto compartieron y que ahora
sonaba. Sólo que este rapto llevaba un poso de desesperación que abanicaba las
ausencias a las que se veía abocado. Regresaron las luces parpadeantes de los
cielos cómplices bajo las que se prometieron tanto como el miedo a perderse fue
capaz de firmar. El tenue movimiento de las olas pareció acompañar en el tiempo
a los pasos de baile que fundieron pasiones. A cada punteo un beso brotaba
desde el manantial del ayer para volver punzante al acorde del adiós que tanto
les lastimó. Supieron a perennes lo que amenazaba caduco y la felicidad tejió
las velas del navío que surcó sus días. La amaba, la seguía amando, por más tiempo
que hubiese transcurrido. Puso especial cuidado en dejar resquicios por los que
el recuerdo aflorase cada vez que el desamor le llegase. Tuvo la valentía de
mentirse diciendo que mínimo fue lo que máximo supuso. Nadie acertó a ver más
allá de sus pupilas lo que para sí guardaba en el camarote de la esperanza. Y
hoy, en esta noche en la que el firmamento decidió vestirse de gala, la
espoleta de aquella canción le volvió a la cordura de no negar lo evidente. Se
sintió dios del Olimpo y prometió hacer para sí lo que para sí estaba
destinado. Cesó la canción, continuó la música, pero ya nada importaba. Todo
estaba escrito y en ese preciso instante, a lo lejos, la silueta de Creta
apareció sonriente desde las primeras luces que el amor encendió anunciando a
la mañana.
Jesús(defrijan)
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