lunes, 17 de febrero de 2014


Europa

Así rezaba aquella canción que surcaba su memoria mientras las aguas tendían sus verdes a la noche. La vigilia  nocturna custodiada por sus galones  le ofreció horizontes a los que sumirse para  alcanzar sus sueños y desvelar tristezas. En ese momento, justo cuando la guitarra punteaba lamentos, vino a hacerse un hueco en su recuerdo. Sabía de memoria la historia mitológica y meciéndose en ella se dejó guiar. Diseñó para sí la fortaleza del desvalido Zeus que fue incapaz de resistirse a los amores por tal doncella. No dejaba de sorprenderle el hecho de que en aras del deseo, la divinidad se hubiese materializado para abrevar en las aguas cristalinas de sirenas pobladas entre ciprinos dorados. Ninguna fue receptora de sus requiebros simulados y la necesidad le llevó al  rapto de la ninfa que osó tomarlo. Él, galante deidad, se dejó arrastrar por las aguas a remos del amor que profesaba tendiendo un hilo de salitre que orientaría a los valientes que naufragasen de desamores. Y ahora, a la luz de la luna, con la mar en calma, el nuevo rapto venía a las manos de quien con sus las suyas interpretase  la canción que tanto compartieron y que ahora sonaba. Sólo que este rapto llevaba un poso de desesperación que abanicaba las ausencias a las que se veía abocado. Regresaron las luces parpadeantes de los cielos cómplices bajo las que se prometieron tanto como el miedo a perderse fue capaz de firmar. El tenue movimiento de las olas pareció acompañar en el tiempo a los pasos de baile que fundieron pasiones. A cada punteo un beso brotaba desde el manantial del ayer para volver punzante al acorde del adiós que tanto les lastimó. Supieron a perennes lo que amenazaba caduco y la felicidad tejió las velas del navío que surcó sus días. La amaba, la seguía amando, por más tiempo que hubiese transcurrido. Puso especial cuidado en dejar resquicios por los que el recuerdo aflorase cada vez que el desamor le llegase. Tuvo la valentía de mentirse diciendo que mínimo fue lo que máximo supuso. Nadie acertó a ver más allá de sus pupilas lo que para sí guardaba en el camarote de la esperanza. Y hoy, en esta noche en la que el firmamento decidió vestirse de gala, la espoleta de aquella canción le volvió a la cordura de no negar lo evidente. Se sintió dios del Olimpo y prometió hacer para sí lo que para sí estaba destinado. Cesó la canción, continuó la música, pero ya nada importaba. Todo estaba escrito y en ese preciso instante, a lo lejos, la silueta de Creta apareció sonriente desde las primeras luces que el amor encendió anunciando a la mañana.

Jesús(defrijan)

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