Nudos
Vivía en el desierto que las arenas del desengaño habían
esparcido desde tanto tiempo que ni siquiera sabía de la existencia del oasis
en el que abrevar sus penas. Algo provocaba en éste, al que consideraban
risueño ejemplo, la tristeza que los desvelos aportaban a sus noches. Ningún
motivo aparente le hacía desgraciado y así transitaba en el conformismo de los
comunes. Oteaba a su alrededor y creía descubrir sequedades propias en
desiertos ajenos y así la caridad del consuelo le llegaba. O eso creía aun
sabiendo que tal ungüento carecía de potestad para llevarlo a la dicha. Y casi
perdida la posibilidad vino a coincidir con aquello que ni siquiera sospechó
merecer. Ella, acogedora voz que desde el otro extremo llegase, en sus primeros
timbres le aportó certezas. Ya no recuerda cuál fue el motivo de tal llamada,
ni qué artículo pretendió asignarle desde la necesidad innecesaria.Sólo
recuerda que en un momento no preciso, el rumbo de la conversación viró a su
favor y los minutos pasaron como pasan las nubes que el viento mece. Supo de
tales necesidades como las suyas y se estableció un puente invisible pero
palpable por el que dos soledades discurrieron sin miedos ante los precipicios
que les cunetaban. Tarde que se enlazó con la noche en aquellos esperanzados
que dieran por perdidas sus esperanzas y se renacieron a la luz desde en el
ocaso de sus vidas. No fueron capaces de decirse adiós y en el intercambio de
vidas contadas tendieron a las miradas del otro lo que tanto había ocultado el
pudor. Se supieron destinados a interpretar la más hermosa sinfonía que el amor
dirige sobre la orquesta de sueños. Sin partituras que entonasen plañidos
condenatorios se buscaron por los rincones del estribillo que la pasión
encumbra y todo fluyó. Fueron percibiendo que los nudos que atenazaron sus
interiores se deshacían como jamás creyeron que volvería a suceder. Uno ponía
el pensamiento y el otro pensaba el sentimiento en un vaivén constante donde
las borrascas amenazantes de tormentas no se atrevieron a aparecer. Volvió la
risa a aquellos que la tenían fingida como se suele fingir cuando se evita la
lástima. Se amaron como sólo es capaz de amar la necesidad, sin fecha de
caducidad ni razones culpabilizantes. Y hoy, cada vez que a la hora
acostumbrada, el teléfono vuelve a sonar, desde la proximidad de su piel, lo
dejan sin coger. Saben que en algún otro lugar, un alma dañada por el tiempo,
sumida en la tristeza, quizás descuelgue y tenga la fortuna que desde aquella
tarde le vino para desatar los nudos que aprisionaban sus almas.
Jesús(defrijan)
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