miércoles, 12 de febrero de 2014


Nudos

Vivía en el desierto que las arenas del desengaño habían esparcido desde tanto tiempo que ni siquiera sabía de la existencia del oasis en el que abrevar sus penas. Algo provocaba en éste, al que consideraban risueño ejemplo, la tristeza que los desvelos aportaban a sus noches. Ningún motivo aparente le hacía desgraciado y así transitaba en el conformismo de los comunes. Oteaba a su alrededor y creía descubrir sequedades propias en desiertos ajenos y así la caridad del consuelo le llegaba. O eso creía aun sabiendo que tal ungüento carecía de potestad para llevarlo a la dicha. Y casi perdida la posibilidad vino a coincidir con aquello que ni siquiera sospechó merecer. Ella, acogedora voz que desde el otro extremo llegase, en sus primeros timbres le aportó certezas. Ya no recuerda cuál fue el motivo de tal llamada, ni qué artículo pretendió asignarle desde la necesidad innecesaria.Sólo recuerda que en un momento no preciso, el rumbo de la conversación viró a su favor y los minutos pasaron como pasan las nubes que el viento mece. Supo de tales necesidades como las suyas y se estableció un puente invisible pero palpable por el que dos soledades discurrieron sin miedos ante los precipicios que les cunetaban. Tarde que se enlazó con la noche en aquellos esperanzados que dieran por perdidas sus esperanzas y se renacieron a la luz desde en el ocaso de sus vidas. No fueron capaces de decirse adiós y en el intercambio de vidas contadas tendieron a las miradas del otro lo que tanto había ocultado el pudor. Se supieron destinados a interpretar la más hermosa sinfonía que el amor dirige sobre la orquesta de sueños. Sin partituras que entonasen plañidos condenatorios se buscaron por los rincones del estribillo que la pasión encumbra y todo fluyó. Fueron percibiendo que los nudos que atenazaron sus interiores se deshacían como jamás creyeron que volvería a suceder. Uno ponía el pensamiento y el otro pensaba el sentimiento en un vaivén constante donde las borrascas amenazantes de tormentas no se atrevieron a aparecer. Volvió la risa a aquellos que la tenían fingida como se suele fingir cuando se evita la lástima. Se amaron como sólo es capaz de amar la necesidad, sin fecha de caducidad ni razones culpabilizantes. Y hoy, cada vez que a la hora acostumbrada, el teléfono vuelve a sonar, desde la proximidad de su piel, lo dejan sin coger. Saben que en algún otro lugar, un alma dañada por el tiempo, sumida en la tristeza, quizás descuelgue y tenga la fortuna que desde aquella tarde le vino para desatar los nudos que aprisionaban sus almas.

Jesús(defrijan)

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