Corbata
Siempre tuvo a gala la dependencia de tal complemento en su
vestuario. Quizás las primeras muestras de cariño recibido de manos de aquellas
que lo veneraban contribuyesen a ello y
la costumbre se acabó apoderando de él. No puso reparos a su uso en el uniforme
que los pupitres designaron como distanciantes de clases y se sentía a gusto
con el tacto del almidón que al cuello ahogaba. Fueron sucediéndose vivencias y
entre ellas las fluctuantes del gozo a la pena. Y sin apenas percibirlo empezó
a percibir cierto deseo de liberarse de aquello que siempre le acompañó. Se
sintió traidor a sus principios cada vez que intentó aglutinar las fuerzas
suficientes para liberarse al fin. Y una y otra vez desistió para no defraudar
a quienes consideró no merecedores de
tal osadía. Era el excelso modelo de lo correcto y así se fue convenciendo de
que su camino no lo había trazado desde la orientación deseada. No era sólo el
complemento en sí lo que atenazaba a
este cobarde, sino más bien aquel nudo que invisible se ocultaba debajo del
mostrado y que anudaba a su voz un candado de silencios. Todo y todas las
expectativas le miraban girándole en un tiovivo al que no pretendió subir y en
el que se vio embarcado. Así se miraba al espejo aquel que estaba a punto de
lazarse de nuevo bajo el chaqué que para la ocasión se había apuntado como
cicerone de planta noble. Quedaban escasos minutos y todos esperaban la
escenificación de lo perfecto en la que él sería el protagonista. Todos le
supusieron felizmente convencido y nadie se percató de cuál había sido el
libreto de la opereta a la que estaba encaminado. Nada le faltaba y de todo
carecía este que, contrario a lo esperado, no sonreía. Así, conforme emprendió
el descenso de las escaleras, a cuya base le esperaban los comparsas de la
celebración, viéndose en los rostros de los demás, detuvo sus pasos.
Lentamente, mientras esbozaba una sonrisa, que por primera vez sonaba a
sincera, a suya, a real, se fue deshaciendo el nudo que tantas veces y de
tantas formas trazase sobre su cuello, y sin mediar palabra, dejó sobre el
recibidor a la sierpe de seda que se enroscó ignorante en la bandeja de plata. No muy lejos, un
órgano ensayaba con el coro las partituras que se habían vestido de gala y que
por esta vez, permanecerían en silencio. Más de un nudo de corbata se apretó
involuntariamente sobre aquellos cuellos que carecieron de la valentía que
éste, demostró tener, por esta vez y para siempre.
Jesús(defrijan)
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