jueves, 27 de febrero de 2014


Corbata

Siempre tuvo a gala la dependencia de tal complemento en su vestuario. Quizás las primeras muestras de cariño recibido de manos de aquellas que lo veneraban contribuyesen a  ello y la costumbre se acabó apoderando de él. No puso reparos a su uso en el uniforme que los pupitres designaron como distanciantes de clases y se sentía a gusto con el tacto del almidón que al cuello ahogaba. Fueron sucediéndose vivencias y entre ellas las fluctuantes del gozo a la pena. Y sin apenas percibirlo empezó a percibir cierto deseo de liberarse de aquello que siempre le acompañó. Se sintió traidor a sus principios cada vez que intentó aglutinar las fuerzas suficientes para liberarse al fin. Y una y otra vez desistió para no defraudar a quienes consideró no merecedores  de tal osadía. Era el excelso modelo de lo correcto y así se fue convenciendo de que su camino no lo había trazado desde la orientación deseada. No era sólo el complemento en sí lo que atenazaba  a este cobarde, sino más bien aquel nudo que invisible se ocultaba debajo del mostrado y que anudaba a su voz un candado de silencios. Todo y todas las expectativas le miraban girándole en un tiovivo al que no pretendió subir y en el que se vio embarcado. Así se miraba al espejo aquel que estaba a punto de lazarse de nuevo bajo el chaqué que para la ocasión se había apuntado como cicerone de planta noble. Quedaban escasos minutos y todos esperaban la escenificación de lo perfecto en la que él sería el protagonista. Todos le supusieron felizmente convencido y nadie se percató de cuál había sido el libreto de la opereta a la que estaba encaminado. Nada le faltaba y de todo carecía este que, contrario a lo esperado, no sonreía. Así, conforme emprendió el descenso de las escaleras, a cuya base le esperaban los comparsas de la celebración, viéndose en los rostros de los demás, detuvo sus pasos. Lentamente, mientras esbozaba una sonrisa, que por primera vez sonaba a sincera, a suya, a real, se fue deshaciendo el nudo que tantas veces y de tantas formas trazase sobre su cuello, y sin mediar palabra, dejó sobre el recibidor a la sierpe de seda que se enroscó ignorante  en la bandeja de plata. No muy lejos, un órgano ensayaba con el coro las partituras que se habían vestido de gala y que por esta vez, permanecerían en silencio. Más de un nudo de corbata se apretó involuntariamente sobre aquellos cuellos que carecieron de la valentía que éste, demostró tener, por esta vez y para siempre.

Jesús(defrijan)

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